Mensaje
por Amilinne » 04 Ene 2015, 11:51
@Todos
Aunque todas las mañanas de invierno eran gélidas en el pueblo irlandés de Mitchelstown, al alba de aquel día podíais sentir el frío en vuestros propios huesos, comprendiendo por primera vez la sensación que tanto solían describir vuestras abuelas antes de taparse con tres pares de mantas. Jeremy, Luke, Alan, Asch, Alice, Tris y Adair, habéis pasado vuestras cortas vidas en esta región montañosa de apenas 3500 habitantes, viajando a ciudades mayores con vuestros padres solamente en situaciones puntuales. Aunque pequeño, vuestro pueblo posee todos los establecimientos y comodidades necesarias para llevar una vida cómoda en nuestra moderna sociedad.
Matías, eres un estudiante extranjero al que sus padres recientemente han mandado a vivir con unos parientes lejanos, con el objetivo de que mejores tu comportamiento, tus notas, y que comprendas lo dura que es la vida haciéndote trabajar en el campo.
A pesar de ser fin de semana, todos os habéis levantado inusualmente temprano. El sol está comenzando a salir, pero todavía está muy oscuro. Algunos tratáis de encender las luces de vuestras habitaciones; otros, de mirar la hora en el móvil o ir a la cocina a por algo de beber. Para vuestro horror, ninguno de vuestros aparatos electrónicos funciona. Habéis oído hablar del extraño “virus” que ha afectado a algunas de las ciudades más importantes del mundo, pues sale continuamente por la televisión y es un tema de conversación muy popular entre los adultos, pero jamás os habríais imaginado que llegaría a Mitchelstown. Al menos, no tan deprisa.
Vuestro primer instinto es despertar al resto de las personas en la casa, pero entonces sentís un fuerte pinchazo en el pecho y caéis de rodillas en el suelo. Tras recobraros y caminar un poco para confirmar que os encontráis bien, notáis algo extraño al pasar junto a una ventana. En la lejanía, en la parte más alta de una de las montañas que rodean vuestro pueblo, brilla una luz con colores para los cuales no tenéis nombre, pues jamás habíais visto esos matices. Todos habéis ido de excursión a aquel lugar al menos una vez, así que sabéis el camino más corto a la cima.
De nuevo, sentís un fuerte dolor en el pecho, pero en esta ocasión no os hace retroceder. Es como si algo os estuviera… llamando. Por alguna razón, unas ganas irrefrenables de dirigiros hacia aquella luz os invaden. “Allí hay algo mío”, pensáis todos sin daros cuenta. “Debo ir”.
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