Cuando hubimos llegado, vi que se trataba de un cuarto bastante acogedor, con un pequeño sillón al lado de la mesa de un ordenador en el que Evangeline comenzó a trastear tan pronto como hubo atravesado la puerta. Me adueñé rápidamente de aquél sofá, desde el que podía curiosear lo que hacía la dueña de mi libro sin ningún problema.
Empezaba a tener calor...
-Ehm... oye, E-Evangeline, me voy a quitar algo de ropa, ¿vale? -dije, no muy convencido- N-no te rías.
Me saqué el gorro, la bufanda y el abrigo y los coloqué sobre el respaldo del asiento. A este último tendría que hacerle algún que otro zurcido, ya que estaba un poco rasgado por los ataques que había recibido de Romeo. Así, tras quedarme con una ropa más acorde al interior de una casa, dejé a la vista las partes de mi cuerpo que solían espantar a la mayoría de la gente.
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-¿Ha-hay algún problema?