Bienvenidos a la región de Alvesta, al norte de Kanto y Johto. Breza es una joven que trata de convencer a todo el mundo de la crueldad que supone mantener a los Pokémon encerrados durante años en un sistema informático, pero no consigue que nadie le haga demasiado caso. Mientras busca la forma de ayudar a estos Pokémon, conocerá a alguien cuya existencia no podía ni sospechar

ÍNDICE:
PARTE I - PUENTEVIEJO
PARTE II - GIMNASIO DE PUENTEVIEJO
PARTE III - PUENTEVIEJO / MONTEPINO
PARTE IV – GIMNASIO DE MONTEPINO
PARTE V – MONTEPINO / CAMPOLARGO
PARTE VI – GIMNASIO DE CAMPOLARGO
PARTE VII – CAMPOLARGO
PARTE VIII – GIMNASIO DE CERROALTO
PARTE I - PUENTEVIEJO
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- Puenteviejo no era una ciudad muy grande. Situada en la ladera norte del Monte Moon, a ambos lados de uno de los ríos que descendían de la montaña, se consideraba más una zona de descanso que otra cosa.
La mayoría de casas eran de madera, aunque unos cuantos edificios modernos sobresalían entre los tejados. En el centro del río había una isla, y sobre ella se había construido el Centro Pokémon de la ciudad, de visita obligatoria para todos los entrenadores. Para llegar a aquella diminuta isla, tenías que cruzar el ancho puente de madera que daba nombre a la ciudad.
Muchos entrenadores procedentes de la región de Kanto solían atravesar el Monte Moon desde la entrada sur para alcanzar la región de Alvesta, a la que pertenecía Puenteviejo. También debían visitarla aquellos que querían reunir las ocho medallas que se requerían para participar en la Liga Alvesta y enfrentarse al Alto Mando.
En la puerta del Centro Pokémon de Puenteviejo, dos adolescentes repartían folletos. El chico, con la cabeza afeitada, se llamaba Jarro y no se esforzaba demasiado. Tendía un folleto a cada persona que pasaba, pero no parecía preocuparle mucho si lo cogían o no.
La chica, en cambio, se lo tomaba muy en serio. A cada entrenador que entraba o salía del Centro le obligaba a coger un folleto, y siempre les soltaba alguna frase vehemente, como:
—¡Olvidarse de los Pokémon en las cajas, es una crueldad!
O...
—¡No captures más Pokémon de los que vayas a necesitar! ¿Te gustaría vivir encerrado para siempre porque a alguien le da por coleccionar personas?
O...
—¡Tras un tiempo excesivo en la Caja, los datos de un Pokémon pueden corromperse! ¡Si no piensas seguir entrenándolos, déjalos en libertad!
O...
—¡El Sistema de Almacenamiento de Pokémon vulnera sus derechos más fundamentales! ¿Puedes dormir sabiendo que eres un maltratador de Pokémon?
—¡Eh!
Uno de los entrenadores pareció ofenderse por las palabras de la chica. Jarro estaba entregando un folleto a otra persona, pero dejó lo que estaba haciendo al percibir el tono del recién llegado.
Era un entrenador adolescente, de quizá quince años. Iba vestido de negro, con bandas que llevaban siluetas rojas de Pokémon en las rodillas y en los codos. Tenía el pelo castaño, bastante largo, y una mirada orgullosa.
—Eh, tú, ¿cómo te llamas? —preguntó el desconocido.
—Broza —respondió la chica de los panfletos, sosteniéndole la mirada.
—Muy bien, Broza —el desconocido se cruzó de brazos—. Soy entrenador Pokémon desde hace tres años. He recorrido Kanto y Johto, y por el camino he reunido alrededor de doscientos Pokémon. Muchos de ellos llevan en el PC todo este tiempo. ¿Me vuelve eso un maltratador?
—Bueno, sí —Broza se encogió de hombros—. Eso es lo que digo.
—Broza... —trató de intervenir Jarro.
—¡Pues yo no lo veo así! —gritó el entrenador—. ¿Para qué está el Sistema de Almacenamiento si no es para guardar Pokémon? ¡Un entrenador tiene que reunir todas las especies posibles! ¡Hazte con todos! ¿Nunca lo has oído?
—Pues claro que lo he oído —replicó Broza—. No es más que el lema que inventó el Profesor Oak para conseguir la colaboración de los entrenadores de Kanto hace veinte años, para poder registrar y estudiar a todos los Pokémon de la región. Pero Rojo ya lo consiguió. No hay ninguna necesidad de que gente como tú siga atrapando Rattata, Spearow, Oddish, Tentacool y Ponyta que no utilizará jamás y los condene a vivir en cajas. Nunca te has preguntado cómo es estar en una caja, ¿verdad? Se pierde la noción del tiempo enseguida. No hay demasiado espacio para moverse. No se tiene hambre ni ninguna otra necesidad, pero la mente sigue divagando. El Pokémon sigue con vida, y aunque el cuerpo deje de envejecer, sigue pudiendo moverse en ese entorno digital. Se han dado casos de Pokémon que han salido de las Cajas con señales de autolesión. En la primera versión creada por Bill, la caja no era más que un recipiente rectangular vacío, como la celda de una prisión. En versiones posteriores se han añadido algunas comodidades; las cajas se pueden decorar y ajustar sus condiciones sensoriales para que el Pokémon esté más cómodo. ¡Pero esto puede llevar a crueldades todavía mayores! Imagina a un Pokémon de hielo encerrado en una caja ajustada para Pokémon de fuego, pasando calor permanente. Y luego está la soledad. ¡Si hay varios Pokémon en una caja no es tan malo, pero se han dado casos de Pokémon que han pasado más de diez años solos en una caja, después de que sus entrenadores dejaran de serlo y se dedicaran a otra cosa!
A cada frase, Broza había ido avanzando, acorralando al entrenador contra una pared. De repente, el chico le dio un empujón para apartarla.
—Muy bien —dijo el desconocido—. Te reto a un combate. Si me ganas, soltaré a todos los Pokémon que tengo guardados en mis cajas y a los que seguramente no daré uso. Pero si pierdes, tendrás que admitir que el uso de las cajas no es maltrato.
—¿¡Qué!? ¡Pero yo no soy entrenadora! —exclamó Broza—. ¡Sólo tengo un Pokémon, para autodefensa! Que gane o pierda contra ti no cambiará las condiciones de esos pobres...
—¡Bah! No me hagas perder el tiempo —el entrenador comenzó a alejarse, airado—. Si ni siquiera eres entrenadora, no tienes ni idea de lo que estás diciendo. Tienes que capturar muchos Pokémon para entenderlo.
Broza se quedó allí de pie, sobre las escaleras de la entrada del Centro Pokémon, escuchando el murmullo del río y el ulular de los Hoothoot que comenzaban a despertarse.
—¡Elitista de mierda! —chilló Broza, cuando el entrenador estuvo lo bastante lejos. Lanzó sus panfletos contra una papelera cercana, aunque el viento los desparramó y quedaron tirado por todas partes. La propia Broza había redactado, diseñado e imprimido aquellos folletos.
—Oye, ¿lo dejamos por hoy...? —preguntó Jarro—. Se va a hacer de noche.
Broza le miró con desánimo.
—A ti todo esto también te parece una chorrada, ¿verdad?
—¿Qué? No —Jarro negó con la cabeza—. Es solo que cuesta ser consciente de ello. La gente no piensa mucho en cómo funcionan las Cajas y todo eso... Y además, tampoco creo que en una Caja se esté tan mal... ¿no? O sea, al menos no pasas hambre como en una prisión de verdad o...
—Déjalo, Jarro —suspiró Broza—. Está claro que tampoco te importa. Supongo que sólo me ayudas para ligar conmigo o algo.
Jarro entrecerró los ojos.
—¿Sabes qué, Broza? Soy el único que te apoya en esta campaña tuya, y que yo sepa no tienes pruebas concluyentes de que lo que dices es cierto. Quizá deberías tener más tacto con el único aliado de que dispones. Puede que no lo haga por “ligar contigo”, sino porque te considero una amiga y creo que las causas de los amigos hay que apoyarlas, aunque suponga pasarse todo el día de pie junto a una puerta mientras la gente te mira como a un loco. Pero eh, no te preocupes, no te ayudaré más —le estampó los panfletos a Broza contra el pecho y se marchó mascullando para sí mismo.
Broza se quedó mirando los rectángulos de cartulina que tenía en las manos. Sólo quería que los demás lo entendieran, necesitaba a alguien que comprendiera cómo la hacía sentir aquel asunto. Sabía que lo que había dicho a Jarro había estado mal, pero la frustraba que ni siquiera él...
Suspiró y se guardó los folletos en el bolso. Subió las escaleras y entró en el Centro Pokémon. En el área de descanso había montones de entrenadores sentados, comiendo, charlando y jugando con sus criaturas. La típica escena reconfortante que se podía ver cada noche en cualquiera de aquellos edificios.
Broza había oído hablar del Equipo Plasma que había surgido y desaparecido un tiempo atrás en otro continente, clamando por la liberación de los Pokémon. Ella no quería eso, ella sabía que los Pokémon podían ser muy felices viviendo junto a los humanos. Pero un Pokémon abandonado en una caja era algo muy distinto; sólo podía ser desgraciado.
Sacó un café de la máquina expendedora y se sentó frente a uno de los ordenadores libres. No tenía ganas de volver a casa. Miró los iconos y no pudo evitar fijarse en el del Sistema de Almacenamiento de Pokémon. Sin saber bien por qué, hizo doble clic sobre él.
El sistema se abrió. Para autenticarse, necesitaba que introdujera la tarjeta con su ID de entrenador, además de un nombre y una contraseña. Como cualquiera que poseyera un Pokémon, ella tenía una cuenta, pero nunca la había utilizado. La abrió, y contempló las cajas vacías. Hizo clic derecho y comenzó a cotillear el código fuente del programa. Broza tenía algunas nociones sobre informática, aunque estaba lejos de ser una experta.
Todo sería más fácil si pudiera hackear el Sistema de Almacenamiento de Pokémon y liberar a todos los que llevaran más de cinco años allí encerrados. Pero eso era imposible, claro. Si pudiese hacerse, alguna organización como el Team Rocket ya habría descubierto esa vulnerabilidad y la habría explotado para robar Pokémon fuertes. El sistema no tenía agujeros.
—No puedes liberarlos a todos, pero puedes liberarme a mí —dijo una voz.
Broza se incorporó dando un respingo y miró a su alrededor.
—¿Q-quién...? —la chica miró a su alrededor, pero no había nadie cerca.
—No te pongas nerviosa y no llames la atención —dijo la voz—. Escucha, comunicarme contigo me hace consumir una gran cantidad de energía, así que no me discutas. Yo sé por qué estás luchando, yo puedo ayudarte. Soy el único que puede. Así que sigue mis instrucciones. ¿Lo entiendes?
Broza no tenía ni idea de lo que estaba hablando la voz. ¿Se había vuelto loca? Pero, mientras no le pidiera nada imposible, quizá lo mejor fuera seguirle la corriente.
—Sí.
—Muy bien, saca tu ID de entrenadora del ordenador. Tu cuenta se cerrará instantáneamente —Broza hizo lo que le indicaban—. Ahora vuelve a abrir el programa, introduce SECUNDO como nombre y SALDEMICABEZA como contraseña. Pulsa iniciar sesión.
—Me da error —dijo Broza, tras hacer lo indicado—. Me pide la tarjeta de ID de entrenador.
—Por supuesto —dijo la voz que oía Broza—. Por eso, ahora tienes que pulsar en la opción “He perdido mi ID de entrenador”. Te saldrá un formulario en el que te pide una serie de datos. Fecha de nacimiento, dirección, pregunta secreta... Cuando lo rellenes, te mandará un correo electrónico de confirmación a una dirección con el mismo nombre y contraseña. Sigue todos los pasos y podrás acceder.
—Vale... —Broza fue haciendo todo lo que le decía—. Pero... ¿de quién es toda esta información, si se puede saber? —por la fecha de nacimiento, si es que era auténtica, debía pertenecer a un hombre de veinticinco años.
—A mi entrenador.
—A tu... ¿qué? —Broza se inclinó sobre la pantalla—. ¿¡Eres un Pokémon!?
—Sí, y tú no eres muy lista —respondió la voz—. Vamos, date prisa.
Minutos después, Broza consiguió acceso a la cuenta de aquel tal Secundo. Echó un vistazo a las Cajas. Sólo tenía una en uso, y dentro de ella sólo había un Pokémon. Pero no podía ver cuál era, pues en lugar del típico icono representativo, sólo había una serie de cuadrados de colores distribuidos al azar. Donde debería haber estado el nombre del Pokémon, sólo decía DATOS DAÑADOS.
—¡Por las Tres Aves! —soltó Broza, una exclamación muy típica de la zona—. ¿¡Ese eres tú!? ¿Cuánto tiempo has...?
—Once años, seis meses, veinte días y tres horas —la voz sonaba muy débil—. Y ahora, si me hicieras el favor de sacarme de aquí...
Broza se preguntaba si podría. Muchas veces, los Pokémon con la información dañada ya no se podían extraer del sistema, ya fuera por pérdidas en los datos necesarios para su recuperación o porque el tamaño de los archivos había aumentado y el sistema no toleraba transferencias tan pesadas.
Pero sólo había una forma de averiguarlo. Tocó el icono y seleccionó la opción de extraer el Pokémon. Al instante, hubo un destello y una Super Ball se materializó sobre la bandeja que había junto a la pantalla.
Rápidamente, Broza sacó al Pokémon atrapado en su interior.
Un Kadabra apareció frente a ella. Algunos entrenadores de la cafetería cercana se volvieron a verlo con admiración, ya que era una especie bastante apreciada. El Pokémon se estirazó cerrando los ojos y aspirando profundamente.
—¡Ah! ¡Por fin...!
Había algo extraño en él, pero Broza sólo percibió una diferencia obvia con los Kadabra que había visto en la televisión o en los libros del colegio: este no tenía una estrella sobre la frente, sino una almohadilla, como las que había al lado del 0 en los teléfonos antiguos.
—Te doy las gracias por liberarme, Broza —dijo Kadabra—. Mi entrenador me llamó Preem, y aunque no le guardo ningún cariño a ese tipo, estoy habituado a ese nombre.
—E-está bien —dijo Broza—. Preem entonces. Pero, ¿cómo sabes mi nombre?
—Estoy en tu cabeza. Sé mucho de ti con sólo mirarte a la cara —la cuchara de Preem comenzó a girar sobre sí misma, formando espirales, y a volver a su forma original una y otra vez—. Hablo directamente a tu cabeza, por eso nadie más oirá lo que digo. Sé que quieres salvar a los Pokémon atrapados en sus cajas, un destino casi peor de la muerte. Yo estuve allí dentro una cantidad intolerable de tiempo. Mi mente no dejaba de buscar otras, pero no las alcanzaba. Mi telepatía no dejaba de buscar un resquicio, un modo... y un día mis datos se dañaron por la cantidad de tiempo que llevaba atrapado. Pero ese daño, de algún modo, alteró mis facultades psíquicas. De repente era capaz de transmitir mi consciencia por la red, de escuchar a los Pokémon en otras cajas del servidor, y luego a los de otros servidores. Finalmente conseguí alinear mi frecuencia mental con las ondas Wi-Fi, y obtuve enormes cantidades de información de todo el mundo. Aprendí mucho, pero no podía liberarme a mí mismo. Y por fin te encontré: eras una de las escasas personas que pensaban en los Pokémon atrapados en las cajas, que deseaba liberarlo. Y eras la única que estaba tan cerca del Monte Moon, donde está la clave de la liberación.
—¿La clave de la liberación? ¿Qué quieres decir? —Broza estaba alucinada. La historia de aquel Pokémon era increíble. Ella no podía jactarse de haberle soltado, ya que sólo había hecho la parte fácil. Él se había ganado su libertad.
—Como dije, he aprendido mucho. Cuando te encontré, estabas pensando que no hay forma de hackear el Sistema de Almacenamiento de Pokémon. En realidad, existe una... Pero tenemos que ir al Monte Moon para conseguirla. Quédate mi Super Ball. Por el momento, serás mi entrenadora.
—Pero, ¿estás seguro de lo que dices, Preem? —Broza no le encontraba sentido—. He estado varias veces en el Monte Moon, con el colegio. Sólo hay Zubats, Paras y alguna Piedra Lunar aquí y allá. Creo que allí fue donde encontraron los fósiles de Kabuto y Omanyte hace unos cuantos años... Pero, ¿y qué? Nada de eso sirve para hackear un sistema informático.
—Confía en mí —dijo Preem el Kadabra—. Lo tengo todo planeado.
Aunque ya era de noche, Broza guió al Kadabra en dirección al Monte Moon, saliendo de la ciudad por el camino del sur y trepando por un empinado bosque. El sendero era sinuoso, pero no encontraron ningún Pokémon por el camino. Cuando por fin llegaron a la entrada de la gruta que atravesaba el Monte, Broza se detuvo y miró a Preem.
—¿Y ahora? —preguntó—. La cueva es el camino fácil, aunque habrá muchos Pokémon salvajes. Para subir esa ladera necesitaríamos equipo de escalada.
Preem se había llevado un dedo a la frente y parecía estar concentrándose profundamente. De repente abrió los ojos.
—Creo que lo he encontrado —dijo Kadabra—. El Pokémon al que buscamos está cerca de la cima, pero se encuentra bajo tierra. Atravesaremos la cueva para llegar hasta él.
—Muy bien —dijo Broza, y entró en la cueva con cautela. Por dentro era más espaciosa de lo que había esperado, aunque la altura del techo variaba enormemente de un punto a otro. El suelo también era muy irregular. La chica usó la linterna de su teléfono móvil para iluminar el camino...
...Y una de las rocas se abalanzó sobre ella.
—¡Un Geodude! —advirtió Preem.
—¡Por favor, Tangela! —Broza echó mano a la única Pokéball que llevaba en el bolso y llamó al Pokémon que había tenido desde pequeña—. ¡Ayúdame!
Tangela saltó y atrapó con sus tentáculos a Geodude, haciéndole retroceder. La roca agitó los puños enfadada y comenzó a arrojarles otras piedras más pequeñas. Broza se agachó, chillando.
A su lado, Kadabra detenía las piedras que se le acercaban con la mente. Miró a la humana con sarcasmo.
—Se supone que tienes que darle instrucciones a tu Pokémon, ¿sabes?
—Ah... ¡Sí! —Broza se inclinó sobre sí misma y se levantó de inmediato—. ¡Tangela, utiliza Megaagotar!
Los tentáculos de Tangela volvieron a atrapar a Geodude y brillaron. El Pokémon rocoso se desmayó instantáneamente. Tangela saltó de alegría y regresó junto a Broza, mirándola con cariño con los ojillos que relucían bajo la oscuridad de la maraña.
—¿Una Tangela? —comentó Kadabra—. No es un gran Pokémon, pero contra los Geodude es muy útil, supongo. Es el único que tienes, ¿verdad?
—Me lo regalaron —explicó Broza—. Nunca he querido ser entrenadora, pero lo llevo por precaución.
—Bueno, yo soy mucho más fuerte —dijo Kadabra—. Si veo que algún rival es demasiado para ella, intervendré. Para el camino de regreso podríamos usar Repelente... pero ahora mismo sería contraproducente, claro.
—¿Qué Pokémon estamos buscando? —preguntó Broza—. Sería más fácil si me lo dijeras.
—No te preocupes, lo estoy sintiendo con mi mente ahora mismo —Kadabra señaló con la cuchara al techo de la cueva—. Enseguida lo encontraremos.
Al final, dieron bastantes vueltas. Aunque Kadabra supiera en qué dirección iban, los entresijos del Monte Moon no les permitían avanzar en línea recta. Los Zubat atacaban periódicamente, pero caían inconscientes sólo con ver a Preem, y Tangela se ocupaba de los Geodude. Paras podría haber llegado a ser una amenaza para ellos por la ventaja de tipos, pero todos los ejemplares que vieron eran muy débiles y se ocultaron bajo las piedras en lugar de luchar.
Por fin, alcanzaron la cueva a la que se suponía que debían llegar. Parecía un callejón sin salida.
—¡Déjate ver, Clefairy! —exclamó la voz de Preem en la cabeza de Broza, y la chica supuso que cualquier criatura cercana también la oiría—. ¡No tienes nada que temer de esta humana, ni de mí! ¡Sé lo que te hicieron, lo que has sufrido, pero si nos acompañas podrías salvar a muchos Pokémon!
Nadie respondió durante un minuto. Finalmente, Broza se volvió para mirar a Preem.
—Oye, ¿para qué necesitamos un Cle...?
—¡Mira ahí! —Preem señaló con la cuchara.
Había aparecido un Pokémon bastante grande. Tenía un rizo sobre la frente, grandes alas de hada a la espalda y largas orejas que recordaban a las de Pikachu.
—¡Clefable! —exclamó Kadabra—. ¡Claro, debí asumir que tras tantos años habrías evolucionado! Pero no importa, lo que necesitamos es tu mente, y esta sigue ahí.
Clefable se acercó a ellos con gran timidez. Parecía particularmente asustado de Broza, aunque no entendía por qué.
—¿Qué le sucede? —exigió saber Broza—. ¿Y para qué nos va a servir? Me estoy cansando de tanto misterio.
—Está bien, te lo contaré —Preem se sentó en una roca—. Colócate frente a mí, Clefable, por favor. Verás, Broza... Este Pokémon perteneció una vez a Bill.
—¿Bill? —Broza ladeó la cabeza—. Espera, ¿quieres decir “ese” Bill? ¿El de...?
—Sí, el creador del Sistema de Almacenamiento de Pokémon —confirmó Preem—. Bill era un genio, pero también un lunático y un pervertido. En una ocasión, combinó su propio material genético con el de este Clefable, cuando todavía era un Clefairy. Para el pobre Pokémon fue una experiencia traumática, estar unido de ese modo a un cuerpo humano, y contra su voluntad... Afortunadamente, al parecer Rojo estaba por la zona y puso fin a aquella locura. Poco después, Clefairy huyó de Bill y regresó al Monte Moon, evitando siempre a los humanos desde entonces. Tú eres la primera persona a la que ha visto desde lo de Bill.
—Eso es horrible... no puedo creer que ese tío hiciera algo así.
—¿Del creador de las Cajas que encierran a miles de Pokémon y les apartan de la libertad para siempre? Yo me espero cualquier cosa. Él no piensa en las consecuencias de sus acciones, sólo le interesa experimentar.
—Aun así, no comprendo de qué nos sirve esto... —añadió Broza.
—¿No lo entiendes? Durante un momento, Clefairy y Bill fueron la misma persona. Este trauma está grabado en la memoria de Clefable, y en aquel momento Bill acababa de diseñar su sistema. Si hay algún agujero de seguridad o puerta trasera que podamos aprovechar para liberar a los Pokémon, Clefable lo sabrá, ya que él posee recuerdos de Bill.
—Pero él no puede decirnos...
—Y por eso es por lo que estoy examinando su mente —interrumpió Preem—. Ahora, deja que me concentre. Ya tengo casi toda la información que necesitaba.
Broza estaba impresionada. Kadabra debía haber dado muchas vueltas al asunto durante su encierro. A ella jamás se le habría ocurrido buscar un recuerdo humano en la memoria de un Pokémon. Si era cierto lo que Preem decía, si realmente podían aprovechar una puerta trasera para soltar a los Pokémon que llevaban demasiado tiempo en sus cajas...
—Hemos terminado, ¡lo tengo! —Kadabra se levantó y miró a Broza—. Pero va a ser más complicado de lo que pensaba. No basta con acceder a cualquier ordenador, debemos acceder personalmente a los Servidores... Pero aun así, es mucho más de lo que teníamos. Creo que podemos, hacerlo, ¡podemos destruir el sistema que Bill creó! —Preem se giró hacia Clefable y le miró a los ojos—. Gracias. Con la información que nos has dado podremos salvar a cientos de Pokémon, sacarlos de un auténtico infierno.
Clefable sonrió y emitió su sonido característico.
—Bueno, pues vámonos —Broza también sonrió—. Gracias por todo, Clefable. Siento lo que Bill te hizo... Pero espero que estés siendo muy feliz viviendo aquí. Y ahora, tenemos que irnos... Si somos capaces de encontrar el camino, claro. ¿Voy sacando el Repelente?
La chica echó a andar hacia la entrada de la gruta. De repente, Clefable se agarró con el brazo a la camiseta de Broza.
—¿Eh...? —la chica se volvió y vio a Clefable mirándola con seriedad—. ¿Qué te sucede?
—Espero que lleves alguna Pokéball de sobra —dijo Kadabra con sarcasmo—. Parece que quiere ir contigo.
—Pero... ¿por qué? —Broza acercó una mano al brazo de Clefable, pero él se alejó violentamente—. ¿Ves? No se atreve ni a tocarme. Tiene pánico a los humanos, y no le culpo. ¿Por qué iba a querer venir conmigo?
—Porque ha entendido lo que nos proponemos —dijo Preem, risueño—. Clefable guarda un enorme resentimiento. Si destruimos el Sistema de Almacenamiento de Pokémon, Bill se meterá en grandes problemas, y puede que se arruine. Eso hará feliz a Clefable... Cuantas más desgracias le ocurran a su antiguo entrenador, más feliz será él.
—Supongo que tiene sentido... —a Broza, Clefable no le parecía tan vengativo, aunque tuviera aspecto de haber pasado por cosas terribles. Pero no era ella la que leía las mentes—. Está bien... Bienvenido al equipo, supongo. A fin de cuentas, si queremos llegar hasta los servidores vamos a necesitar toda la ayuda posible.