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“Dame con todas tus fuerzas”, fue lo último que pensé antes de que sintiera una corriente eléctrica sobrenatural recorrer mi cuerpo y parar mi corazón por completo. Y desde luego, eso había hecho Kuo. Ni siquiera sentí dolor. Pero a pesar de mi mirada desafiante y mi actitud firme, tenía miedo.
Tenía mucho, mucho miedo.
Hacía frío y no estaba muy seguro de por qué. Me acababan de achicharrar, así que debería estar sintiendo suficiente calor como para secarme todos los órganos. Aunque tampoco estaba muy seguro de si era eso lo que tenía que sentir, pues nunca lo había experimentado. Igual electrocutarse no era lo mismo que arder vivo. Igual era como cuando tienes frío y te arden las manos; cuando tienes calor, ¿se te enfrían?
-¿Oye?
Al menos Akerteh estaba bien, podía estar seguro de eso. Esperaba que Lwiestho y Arsna también hubieran salido de ahí con vida. Baseryn... La pobre dragona había sido pillada por sorpresa. Jamás se lo perdonaría a aquella Kuo. Confiaba en que mis compañeros la hubieran mandado al mismo infierno en el que estaba yo ahora mismo. Con suerte podría arrancarle la cara personalmente si me la encontraba en el reino de los muertos.
-¡Oye!
Alguien me cogió del pelo de la cabeza y me obligó a mirar hacia arriba. Parpadeé varias veces, tratando de enfocar la mirada. Una mujer corpulenta (pero no tanto como Nvazka, ni tampoco tan baja) de corto cabello castaño me estaba lanzando una mirada de desaprobación mientras me tiraba del pelaje que tenía alrededor de las orejas. Ladeó la cabeza ligeramente al cabo de varios segundos, cambiando su expresión por una más confusa.
-¿Y a ti qué te pasa, khajiita? Vas a acabar sepultado bajo la ventisca si sigues aquí fuera. Vamos, ven dentro. Si no tienes dinero ya encontraré una manera de que me devuelvas el favor.
¿Khajiita? ¿Ventisca? ¿De qué estaba hablando aquella mujer? Por un momento había pensado que ella era mi guía hacia el infierno, o el paraíso... O donde fuera que me mereciera ir. Pero imaginaba que en aquel caso me habría tratado de manera diferente, hablado de manera diferente. Bajé la mirada de nuevo, esta vez viendo algo más que mi propia oscuridad. Mis garras seguían ahí. Pero mi pelaje era de color negro y blanco. No entendía nada. Pero cuando la mujer me tiró del pelo de nuevo para hacerme levantar me di cuenta de que me podía mover.
Estaba vivo. Pero en otro cuerpo. ¿Era esto lo que llamaban reencarnación?
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La mujer se presentó como Haran y me llevó dentro de El Hogar Helado, su posada. Fue hasta lo suficientemente amable como para darme una bebida caliente y una manta. Me senté junto al fuego con la taza entre mis garras, todavía meditabundo. Me costaba asimilarlo, pero... ¿Y si era cierto? ¿Y si realmente yo también era un Forastero? Lo había sabido desde muy joven, pero nunca me lo había creído del todo. Una parte de mí estaba convencida de que iba a perecer definitivamente en caso de sufrir el mismo destino que Vinudren, Baseryn y Arsna. Miré el reflejo en el líquido que me estaba bebiendo. Frente a mí se encontraba un ser con facciones incluso más gatunas que las que tenía en Frontera, de pelaje negro como el carbón con algún que otro mechón blanco. Mis ojos eran de color verde, como antes. Pero aquel...
-Oye khajiita, ¿cómo te llamas? -me preguntó Haran trayéndome una hogaza de pan con queso.
Aquel no era Kineban.
-Mi nombre es... -cogí el pan con queso, pensativo-. Mi nombre es Ches.
Me pasé el resto de la noche charlando con la pequeña Eirid, hija de los posaderos. Era una niña alegre y curiosa, como debían ser los niños. Al cabo de un rato, sus padres la obligaron a irse a la cama, como era natural. Entonces me animé a hacerle unas preguntas a los dueño del lugar para ubicarme. Se mostraron extrañados ante mis dudas, algo totalmente normal, pero respondieron de todos modos. Me encontraba en Skyrim, una de las regiones del gran Tamriel, y más concretamente, en Hibernalia. Aquí se encontraba el Colegio de Magos y era de las regiones más frías del lugar. ¿Por qué había acabado aquí? Según Haran y su marido, Dagur, Skyrim tenía numerosas comarcas aparte de aquella. Un hombre que probablemente también se alojaba en aquella posada se sentó junto a mí mientras me terminaba mi pan con queso. Se presentó como Nelacar y mostró interés en mí, preguntándome si tenía pensado enrolarme en el Colegio de Magos. Negué con la cabeza vehementemente. Al menos no por el momento. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para meterme en una escuela así porque sí.
-Ya hay un khajiita que estudia allí, así que pensé que igual eras pariente suyo o algo -masculló Nelacar-. Bah, si no eres mago no me sirves... -Se puso a farfullar mientras se levantaba, probablemente dirigiéndose a su habitación-. Necesito... Estrella... pesadez...
¿Un khajiita? Sí, ese era el nombre de la especie a la que pertenecía en aquel mundo, según Haran y el resto. ¿Había más como yo cerca? Entorné los ojos y fijé la mirada en el fuego frente a mí. Si había vuelto a mi lugar de origen... Entonces también era el de mis padres. ¿Era posible que...? Me levanté de súbito, tirando al suelo la silla en el proceso. ¡Mis padres! ¡O... o incluso parientes, como había dicho Nelacar! ¡Era posible que alguien de aquí me conociera! Le pregunté a Haran apresuradamente, pero me aseguró que el khajiita que vivía en el Colegio era el único en toda Hibernalia.
Me tumbé junto al fuego. Al menos ahora tenía algo que perseguir. Un objetivo. Se me empezaban a cerrar los ojos, pero antes de caer rendido pude ver como las llamas frente a mí tomaban diferentes formas. No estaba muy seguro de qué se trataba... Pero parecían formas familiares. Siluetas que me llamaban. Sonreí. Por fin iba a encontrar a mi familia...
Al día siguiente Haran me despertó temprano. Antes de que pudiera ofrecerme a ello, la posadera ya me estaba diciendo lo que podía hacer para pagar su hospitalidad de anoche. Ayudé a la pequeña Eirid a limpiar todo el hostal, hacer las camas y el desayuno para los hospedados, así como otros pequeños recados. Mientras tanto la nórdica no dejaba de hacerme preguntas que yo respondía alegremente. Me preguntó hasta si tenía novia. Ains. Agradecí a toda la familia lo bien que me habían tratado y ellos me agradecieron a mí el haber pagado mi deuda. Al parecer muchos de los vagabundos que acogían se largaban en cuanto podían sin echar un palo al agua. Si yo hubiera hecho lo mismo igual hubiera sido la última vez que prestaran tal servicio. Me alegraba de que no fuera a ser así. De momento aquel mundo ya parecía más acogedor que Sincrópolis, y me gustaba así.
Estaba nevando en el exterior. No tenía nada que ver con la tormenta de nieve de anoche, pero seguía haciendo frío. Las ropas que llevaba no me aislaban demasiado de las bajas temperaturas, así que me di prisa. Me había acostumbrado demasiado al calorcito del interior de El Hogar Helado. Y en Sincrópolis llovía mucho, pero no solía nevar. No estaba nada acostumbrado, a pesar de mi gruesa capa de pelo. Gracias al cielo, el Colegio de Hibernalia era el edificio más grande de toda la comarca y llegar hasta él era sencillísimo. Siempre se podía ver en la distancia, estuvieras donde estuvieras. La entrada era una especie de puente de piedra bastante dramático, pero le pegaba al lugar. Una elfa me bloqueó el paso.
¿Una elfa? ¿Había de estas también en Skyrim? Hm, puede que el lugar no fuera tan diferente a Frontera... Igual hasta tenían un nombre distinto, como los hombres gato.
-Mi nombre es Faralda, khajiita. Soy la guardiana y examinadora del Colegio de Hibernalia. Yo juzgo quién puede entrar... y quién no cumple con nuestros requisitos.
-Mi nombre es Ches. Yo, eh... -se me trabó la lengua. ¿Qué me pasaba? Era como si de repente hubiera perdido todas las habilidades sociales que había desarrollado durante mi estancia en Frontera. No encontraba mi propio ingenio-. Bueno, pues busco a alguien como yo, ¿sabes? Un khajiita.
-¿Buscas a J'zargo? -Faralda frunció el ceño-. ¿Un hermano? ¿Primo, tal vez? Todos los khajiitas me parecéis iguales...
Me tragué mi orgullo, como hacía siempre que hacían exactamente el mismo comentario sobre los Tharul. Estaba bien ver que incluso aquello se mantenía en Tamriel. Me hacía sentir como si ya estuviera de vuelta en casa. Suspiré. Al menos en mi mente no había perdido la capacidad de ser sarcástico.
-Bueno, yo... No estoy seguro. -Admití. Podría haber mentido, pero no me pareció una buena opción en aquel momento. Sólo quería ser franco-. Pero es algo relacionado. Yo... creo que soy de aquí. Pero no lo recuerdo. Quiero ver si él conocía a mis padres o algo por el estilo. -Di un paso adelante-. Así que si me dejara pasar, o al menos le hiciera llamar, madame...
-Alto ahí.
Faralda pegó un pisotón en el suelo y un círculo mágico nos rodeó, iluminándonos. Me puse a la defensiva inmediatamente, tratando de alcanzar mi arco y el carcaj con mis flechas. Sin embargo, ninguna de las dos cosas estaba allí. Al igual que mi libro blanco de conjuros. Lo único que llevaba encima era...
-Cualquiera que quiera entrar en el Colegio de Magos de Hibernalia antes debe ser examinado por mí, sea quien sea -anunció entonces la elfa-. Intenta deshacer el círculo protector que he creado a nuestro alrededor, khajiita.
-Pero yo no... -Agarré con firmeza el único recuerdo de Frontera que me había llegado a aquel mundo-. No creo que pueda...
Extendí el brazo cuya mano tenía libre y traté de concentrarme. Pronuncié las palabras en el idioma antiguo ante la mirada impasible de Faralda, pero nada surgía de mis manos. Había perdido totalmente el control sobre el rayo, el viento, el fuego o la luz. Repetí las palabras una y otra vez durante varios minutos hasta que Faralda, con un suspiro exasperado, deshizo el círculo protector.
-No estás hecho para ser mago, gato -aseguró-. Vete de aquí y no vuelvas.
-¡No! ¡No, por favor! -chillé, dándome cuenta por primera vez de que mi voz era mucho más grave en aquel mundo que en Frontera-. ¡Esta es mi única pista! Ahora que estoy aquí y no... no sé cómo volver... No puedo irme con las manos vacías...
En mi desesperación saqué la mano que había tenido en el bolsillo todo este tiempo, sacando también el colgante que había estado agarrando. Las nubes se habían disipado con el tiempo y ya no nevaba. Un rayo de sol, algo probablemente raro en la comarca de Hibernalia, se filtró y alcanzo la baratija. Faralda se fijó en ella entonces y, casi como impulsada por el viento, se lanzó sobre mí y me la arrebató de un manotazo.
-¡Oye! ¡Devuélvemelo! -ordené-. ¡Es lo único que me queda de mis padres!
-¿Tus padres? -la elfa alzó la mirada y me miró, dubitativa-. ¿Eres hijo de los Cheshire?
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-¿Ches...hire? -murmuré ladeando la cabeza, recordando el nombre que me había dado a mí mismo la noche anterior.
-Hace mucho tiempo vivía aquí una familia de khajiitas, un hombre y una mujer -comenzó Faralda, examinando el colgante con cuidado-. Los Cheshire, se hacían llamar. Él era un ladrón y un donjuán. Ella, la mejor estudiante de magia que había tenido el Colegio en siglos. Un día don Cheshire se coló en nuestras instalaciones para tratar de hacerse con algún artefacto mágico. Pero la menuda doña Cheshire le detectó y defendió sin problemas el Colegio. Él fue apresado y encerrado en la prisión durante varios meses... Pero al final parece que fue capaz de robar una cosa. El corazón de la joven maga, que le visitaba a diario para traerle comida y contarle lo que había hecho aquel día. Al principio don Cheshire la culpaba de su encarcelamiento, pero no trató en caer bajo las redes de la jovencita. Era demasiado cálida, optimista y alegre. Derritió su frío corazón de ladrón. Para cuando salió, ella era la directora del Colegio y él, su marido y confidente. Mucho dudaron de la decisión, pero nadie los consiguió separar.
-Eso... es... -mascullé, tratando de asimilar toda aquella información.
-Eso no es todo -cortó Faralda-. Lo que me cuentas es imposible. Porque... Sí, tuvieron un hijo. Pero nació muerto. Don y doña Cheshire estaban destrozados cuando ocurrió. Yo misma vi cómo incineraban el cuerpo del pequeño. Lo extraño es que muchos años después, empezaron a asegurar que su hijo seguía vivo... Supongo que se volvieron locos. Una lástima, pues él era encantador y ella una de las mejores directores que hemos tenido. Dijeron que iban en búsqueda de su hijo perdido, el que toda Hibernalia vio siendo engullido por las llamas, y no se ha sabido más de ellos desde entonces. Pobres diablos... Nadie consiguió convencerlos de que sus esperanzas eran vanas. Esto, no obstante... Sí, pertenecía a los Cheshire. Ella lo llevaba puesto cuando era una alumna, lo recuerdo...
Entonces se le iluminaros los ojos. Fue como si acabara de tener una revelación. Me miró, incrédula. Creo que nunca había visto a alguien tan fascinado y asustado al mismo tiempo. Segundos después, se acercó a mí pasito a pasito y me puso el colgante en el cuello.
-Eres tú... Tú eres el hijo de los Cheshire. -Sus palabras estaban llenas de incredulidad, pero también eran sinceras. Parecía estar segura de ello, de repente-. El bebé llevaba esto cuando fue incinerado. Es imposible que no sufriera daños por el fuego, y tampoco puede ser un collar distinto. La gema todavía tiene el mismo hechizo que ella conjuró sobre él...
-¿Un hechizo? -fue lo único que alcancé a decir tras aquella avalancha de información.
Faralda asintió.
-Entonces estabas vivo después de todo... Es increíble. Los Cheshire tenían razón. ¡No estaban locos! -La elfa esbozó una sonrisa gigantesca-. Pronuncia estas palabras, vamos.
Me susurró algo parecido a un conjuro y repetí lo que me dijo sílaba por sílaba. Una descarga eléctrica surgió de mi mano y alcanzó a Faralda, para mi sorpresa. Pero ella ya tenía preparado un contrahechizo y no resultó herida.
-Eres su hijo, no hay duda. Eres hijo de la directora Cheshire. Tu talento para la magia está claro -asintió la maga para sí misma-. Considérate admitido en el Colegio. Será un placer contar contigo.
-¿Admi...? ¿Admitido? -sacudí la cabeza, tratando de despertar-. ¡N-no! ¡No puedo enrolarme en un colegio de magia! ¡Mi familia me está esperando! Han ido a buscarme... ¡Me están esperando!
Agarré con fuerza la gema del colgante. Entonces agradecí a Faralda todo lo que me había contado antes de salir disparado como una bala. Escuché la voz de la elfa a mis espaldas, pero no pudo perseguirme. Supuse que sus labores como guardiana del Colegio eran más importantes que convencerme de que me quedara. Era increíble... Yo, el hijo de un ladrón maestro y de una de las mejores magas de Tamriel. Parecía un sueño, una historia de uno de los libros viejos que solía encontrarme por las calles y leer y releer en mis ratos libres cuando vivía tras las fábricas de Sincrópolis. Tal vez era un sueño. Tal vez me despertaría ahora y tendría a Aker en la cama a mi lado, y todo aquello no sería más que el resultado de las fantasías que tenía a diario de ser el héroe que salvaría a mis amigos y mi ciudad. Pero al menos en aquellos instantes, mientras corría por las calles inundadas de nieve de Hibernalia, con el sol brillando a mis espaldas y deslumbrándome al reflejar su luz contra la blancura del suelo, todo se sentía increíblemente real. Y yo me sentía vivo por primera vez desde que Kuo me lanzó aquella descarga eléctrica.
Entré en la posada de nuevo. No había nadie a la vista. Mi colgante todavía brillaba a pesar de la falta de luz solar. Me acerqué al fuego que crepitaba en el centro de la sala, con la gema anaranjada de la reliquia de mis padres, los Cheshire, cada vez reaccionando con más fuerza. Las llamas volvían a cambiar y entrelazarse entre ellas. Formaban siluetas, escenas. Me esperaba. Mi familia me esperaba.
Y entonces me surgió una duda. Miré fijamente el fuego, el mismo fuego que se había llevado mi cuerpo de infante tantos años atrás. ¿Cuál de mis dos familias era la que me esperaba?
¿Cuál era la de verdad?
El fuego que se encontraba frente a mí ahora era el de una casa que había sido incendiada y todavía no había sido extinguido del todo. Sabía perfectamente de qué edificio se trataba, a pesar de estar en aquel estado. Conocía aquellas calles como la palma de mi mano. Mi colgante había dejado de reaccionar. Nadie me llamaba, pues había llegado al lugar en el que debía estar. Me di la vuelta antes de que los Pradekka que estaban apagando el fuego notaran mi presencia y desaparecí en el callejón más cercano.
Me esperaran o no, estaba de vuelta.