ALMAS MORIBUNDAS
En cuanto cruzaste la alambrada, tres lagartos del tamaño de dragones de Komodo salieron a toda velocidad de la arboleda. Saltaste a un cubo de basura, a lo alto de un porche y por último a un tejado para tomar posición y disparar... Tus enemigos no se lo esperaban, porque lograste reventar a uno y su alma roja quedó flotando en medio de la explanada. Los otros dos, azotados por las rocas levantadas por la explosión pero en absoluto heridos, parecieron entender lo que sucedía y se separaron en direcciones opuestas.
-¡Se disgregan! -advirtió Rada. Los lagartos se movían tan rápido que era difícil apuntarles, ahora que estaban cerca. Tenían un aspecto viscoso, como si sus escamas fueran blandas, y las enormes pinzas de hormiga que les salían de la boca chasqueaban produciendo un sonido irritante. No parecía que tuvieran ojos a la vista.
Atravesaron la alambrada tan fácilmente como si fuera una telaraña, y mientras que uno comenzaba a trepar por la pared a la que habías subido, el otro se metió por una ventana (destrozando el cristal y el marco) y lo oíste producir un espectacular estruendo bajo tus pies, como si se estuviese moviendo por una pequeña cocina destrozando la vajilla y desperdigando la cubertería.
LA MANSIÓN DE LOS RECUERDOS
Atacaste con fuego al jardinero, que se cubrió instintivamente con sus tijeras, aunque de poco le sirvió. Su cuerpo comenzó a arder como una antorcha y su rostro desencajado articuló un grito sin sonido. Se lanzó a por ti con las tijeras de por medio, aunque sólo lo viste de reojo, porque ya te habías dado la vuelta para lanzar otra rápida llamarada a la sirvienta, que se había lanzado a por ti con los dedos cubiertos de agujas extendidos tétricamente. A diferencia del jardinero, la sirvienta fue capaz de esquivar el fuego y rodó por el suelo, pero se le quedó una de las manos enganchada a la madera podrida y tiró del brazo tratando de liberarlo.
Ern detuvo a tu espalda la enorme tijera incandescente que se dirigía a tu nuca, y con la espada Murasame hizo retroceder al jardinero, que cayó de espaldas, con el cuerpo tan consumido que ya no pudo levantarse y se convirtió en polvo. De entre las cenizas brotó un huevo de Kishin.
Pero el zombi de Bernardo Maquiavelo acababa de aprovechar para golpear con su enorme martillo a Ern y estamparle contra una pared. El chico se quedó apoyado en una mano, ileso pero aturdido, sacudiendo la cabeza. Bernardo siguió girando por la inercia del golpe, arrastrado por el mazo de madera. Cuando logró frenarse, levantó el arma por encima de sus hombros y la apuntó hacia ti.
MISIÓN ESPECIAL #1
-No, no dispondréis de ningún vehículo, aterrizaréis directamente sobre el del objetivo -replicó Kid-. Y Red Riding Wolf no podrá ayudaros durante esta misión, todavía está solucionando el problema de Wyndham. Me alegra que aceptéis la misión, el Jet os recogerá en el tejado de ese mismo edificio. Buena suerte.
-Nunca he saltado en paracaídas -comentó Rita-. Pero estaré transformada durante el salto, así que no tengo nada que temer. Por no mencionar que estaré contigo...
El Jet que vino a recogeros no se parecía a ningún avión que hubierais visto antes. Parecía una versión estilizada de la máscara del Dios de la muerte, siendo el morro uno de los tres dientes, y las puntiagudas alas los dos de los lados. La nariz redonda de la máscara equivalía a la cabina del piloto, y los agujeros de los ojos eran en realidad hélices.
Los dos hombres que bajaron tenían un aspecto peculiar. Uno tenía el pelo puntiagudo y negro, y llevaba unas gafas de montura cuadrada. El otro era rubio y fornido, aunque llevaba el pelo casi rapado.
-Me llamo Akane -dijo el tipo de las gafas-. Y él es Clay, mi arma, aunque también nuestro piloto en este viaje. Vamos, subid: no tenemos mucho tiempo, hemos venido volando a toda velocidad desde Canadá. Os explicaré los detalles mientras volamos.
Subisteis al avión, que despegó de Londres y se alejó como una estrella fugaz.
***
El amanecer había llegado rápido como un parpadeo durante los minutos que tardabais en cruzar el Pacífico. Pronto sobrevolasteis Australia y el avión aminoró la velocidad. A través de la trampilla de la bodega del avión veíais una carretera delgada como un hilo y un diminuto punto rojo bajo vosotros, algo por delante.
-No podemos descender más -explicó Akane-. Si lo hacemos, el tipo al que perseguimos nos detectará y le perderemos. Vamos a dispararte con este artefacto -apoyó la mano en una especie de ballesta gigante- contra el suelo, en un ángulo de 60º grados, de manera que estarás a uno o dos metros del suelo cuando el coche rojo del objetivo pase por debajo de ti. Recuerda abrir el paracaídas en el instante en que estés justo sobre el coche, o te estamparás contra el suelo y el vehículo te pasará por encima. Toma esto -te dio una vaina de naylon-. Tu compañera estará segura ahí, puede cerrarse con una cremallera, así que no saldrá volando y tendrás las manos libres. También podrías necesitar esto -te dio una especie de mando a distancia con un único botón rojo-. Si las cosas se complican, Clay y yo también saltaremos del avión para ir a ayudarte... Aunque si lo hacemos, el avión se estrellará en el desierto australiano, y esos cacharros son bastante caros, así que utilízalo sólo como último recurso. ¡Mucha suerte a las dos, guapas!
Valeria sonrió nerviosa y se transformó sin que la pidieras. Te aseguraste la vaina de la espada al costado, te colocaste el paracaídas y te montaste en la lanzadera.
Te dispararon contra suelo australiano y volaste a toda velocidad sobre el asfalto, cada vez más bajo, hasta estar sobre el techo del coche rojo. Era un caro coche deportivo de dos plazas con un potente motor. Abriste el paracaídas y el tirón casi te vació los pulmones. Un instante después, se oyó un siseo y las cuerdas del paracaídas se desengancharon. La enorme tela se quedó flotando en el aire, alejándose cada vez más, mientras que tú caías grácilmente sobre el techo del vehículo.
-Lo más seguro es que nos haya oído aterrizar -comentó Valeria-. Lo mejor sería encontrar el modo de parar el coche sin estrellarnos, pero ¿cómo?
El vehículo no había aminorado la marcha en lo más mínimo. Ahora el Jet que os había traído hasta aquí era un puntito plateado en el cielo, que dejaba una estela de humo blanco.
DEVORADORA DE ALMAS
Disparaste el gancho y tiraste para lanzarte por encima de su cabeza, en el mismo momento en que los brazos de la armadura se separaban y aplastaban el lugar en el que habías estado. Las articulaciones de la armadura podían separarse, estaban unidas por largas extremidades de fango.
La armadura giró sobre sí misma, azotándote con los largos brazos de barro acabados en puños de hierro. Pudiste seguir esquivándolos gracias a tus alas y a que Yu seguía enganchado al yelmo. De hecho...
-¡C-creo que no puedo desengancharme! -exclamó-. ¡Me he atascado en la abertura del yelmo!
De repente todas las piezas de la armadura se separaron y comenzaron a crear una jaula de metal y barro a tu alrededor. Los brazos te envolvieron por ambos manos y se dieron las manos, la cabeza a la que tenías enganchado el cable fue a unirse a las manos, empujada por un gran cuello de barro. El torso quedó flotando sobre ti y las piernas siguieron donde habían estado, firmemente asentadas en el suelo.