LA MANSIÓN DE LOS RECUERDOS
-No sé por qué será -admitió Ern, pensativo-. Es como si fueran alucinaciones, pero no las nuestras, sino las de alguien más. ¿Dices que la madre se convirtió en zombi y os atacó? Es parecido a lo que ocurrió con el cocinero, diría yo. Algo muy siniestro pasaba en esta casa, con ese niño. Vamos a descubrir qué era.
No había nada más que explorar en la planta de arriba, así que vuestras compañeras se transformaron en espadas y bajasteis la escalera cautelosamente. La estancia inferior estaba a oscuras, pero Igna podía iluminarla con facilidad. Visteis una gran sala de estar y tres cadáveres apilados sobre una mesa. Antes de que pudierais reaccionar, la escena cambió como las otras veces y la luz entró a raudales por las ventanas, aunque no os cegó.
Pudisteis ver mejor la estancia: la amplia escalinata por la que habíais bajado acababa en un pasillo que tenía dos grandes puertas: una daba a un comedor con una larga mesa y altas sillas de madera (donde habíais visto los cadáveres), con una curiosa trampilla metálica en una de las paredes. La otra, una sala de estar con un sofá y varios sillones colocados frente a una chimenea, y un escritorio semioculto tras una cortina roja, de repente estaba llena de gente.
La mayoría eran policías con uniformes anticuados, pero también estaba un señor de pelo corto y blanco, que pese a todo no parecía demasiado mayor. Iba vestido con forma elegante. El niño de pelo blanco y plateado estaba sentado en el suelo, de espaldas, mirando la chimenea e ignorando la curiosa situación. La misma sirvienta que había aparecido en la primera alucinación que habías tenido estaba allí, nerviosa y pálida, oculta detrás de un policía.
-Muy bien, señor Maquiavelo -dijo uno de los policías, cuyo uniforme parecía diferente al del resto-. Déjese de subterfugios. Usted es abogado, sabe cómo funciona esto. Tenemos una orden, no puede negarnos el derecho a registrar su sótano.
-¡Por supuesto que puedo! -exclamó el hombre de pelo blanco, enfadado-. ¡Soy un ciudadano respetable, de intachable reputación! ¡La mera idea de relacionarme con los casos de las desapariciones de niños supone un ultraje! ¿Quién ha firmado esa orden? ¿Quién se atreve a poner en tela de juicio mi moralidad!
-No cuestionamos su moralidad o falta de ella -dijo el policía pacientemente-. Nos limitamos a seguir las pistas, que por cierto, no le relacionan a usted con el caso, sino a su hijo -todos miraron al niño sentado frente a la chimenea, pero él no se movió-. En todas las desapariciones, los niños tenían una única cosa en común: se habían hecho amigos de su hijo unas pocas semanas antes.
-¡Casualidad no implica causalidad! -gritó el señor Maquiavelo en tono desesperado-. ¿Olvida acaso quién es mi esposa? ¡Por el amor de dios, cree que en la casa de una técnica de Shibusen podría ocultarse alguien capaz de atacar a niños inocentes!
-No creo nada -continuó el policía, impasible-. Si no tiene nada que ocultar, ¿por qué no se limita a mostrarnos su sótano?
-¡No hay razón alguna para que lo visiten!
-Y sin embargo, su sirvienta nos ha contado que la prohibición de bajar al sótano se hizo extensiva a todo el servicio doméstico -comentó el policía-. Y que su propio hijo admitió en voz alta haber realizado actos terribles en ese sitio.
La sirvienta se ocultó literalmente tras la espalda del policía, tratando de refugiarse de la mirada febril del señor Maquiavelo.
-Es verdad -murmuró-. Lo oí claramente...
-Sé que en condiciones normales, usted no defendería a un potencial secuestrador, a un potencial asesino -dijo el policía-. Ni siquiera a su propio hijo. Pero también está en juego su propia carrera profesional: nadie confiará en usted como abogado si se descubre que ha estado implicado; eso unido al deseo de proteger a su familia es más que suficiente para convertirle en sospechoso de complicidad.
-¡USTED NO ES QUIEN PARA LANZAR ACUSACIONES! -el hombre elegante avanzó levantando los puños-. ¡Si mi mujer estuviera aquí...!
-Bernardo, Bernardo -el policía levantó su arma, la apuntó hacia él y abandonó el trato formal-. Llevas razón, pero sí soy quien para registrar tu casa. Y si te opones, bueno... podrías salir malherido.
La escena se desvaneció y todo volvió a quedarse a oscuras. Miraste a Ern y le sorprendiste comprobando su reloj.
-Lo que suponía -comentó-. No ha pasado ni un segundo desde que esas ilusiones empezaron a hablar.
-¿Qué significa eso? -preguntó la voz de Izumi.
-Que sea lo que sea lo que hayamos visto, sólo ha ocurrido en nuestra mente. En realidad no ha transcurrido el tiempo -el niño se giró hacia la mesa donde había tres cadáveres-. Y ahora, quizá deberíamos pensar en cómo ocuparnos de eso.
Los tres cadáveres se estaban levantando. Uno era el de Bernardo Maquiavelo, el padre del niño de pelo plateado. Empuñaba un enorme martillo de madera. Otro era de un hombre mucho más fornido, al que se le veían las costillas a través de la ajada ropa, y sostenía unas gigantescas tijeras metálicas. El tercero era el cadáver de la sirvienta, delgadísimo pero con el rostro extrañamente bien conservado y bonito como el de una estatua. Tenía el mandil manchado de sangre, las mangas a rayas blancas y negras cosidas a la piel de los brazos y los largos dedos cubiertos de finas agujas metálicas que se atravesaban en todas direcciones, como si fueran alfileteros.
La sirvienta se movió antes de que pudierais reaccionar y saltó a las escaleras, donde pareció pretender cerraros el paso. El zombi de Bernardo avanzó hacia vosotros más lentamente, arrastrando el martillo como si le costara moverlo. El tercer enemigo no se movió.
-Ellos no eran guerreros cuando estaban vivos -dijo Suria-. No deberían darnos problemas, pero... tengo un mal presentimiento.
ALMAS MORIBUNDAS
-Está bien, os llamaré enseguida -dijo el indígena-. Hasta nunca -se marchó corriendo de forma extraña.
-¿No te sabes el número? -preguntó Rada, sorprendida, y se inclinó sobre ti para marcarlo. 42-42-564-. Ya está.
Escuchaste música clásica durante unos momentos. Luego...
-¿Quién es? ¿Uno de nuestros estudiantes? -preguntó la voz del Dios de la Muerte, Death the Kid-. Red Riding Wolf, ¿verdad? Debe ser urgente para que contactes conmigo por vía telefónica, en lugar de usar un espejo. ¿Y bien? Cuéntame.
...
-Ya veo. Has hecho lo correcto; enviaremos a alguien de inmediato, no te preocupes. Ahora asegúrate de conseguir esa información y poner fin al ritual... y si es posible, averigua también quién lo ha llevado a cabo. Voy a colgar para que puedas comunicarte con el sospechoso. Buena suerte... Dame un momento, quiero que el tiempo de la llamada sea exactamente 02:50... Colgaré en ese momento... ... ... Ahora.
Colgó.
Todavía tuviste que esperar un poco más hasta que llamó el indígena.
-Muy bien, os voy a guiar paso a paso -dijo el indígena, con voz irritante-. Lo primero que tenéis que hacer es ir hasta el cruce más cercano y girar al norte. Sabréis dónde está el norte, ¿no? Muy bien, cuando lo hayáis hecho...
No era un recorrido muy complejo, pero os llevó a las afueras de la ciudad. Una extensión de hierba amarillenta se extendía más allá de una alambrada. A bastante distancia, se veía una arboleda y el tejado de una destartalada casa de madera sobresaliendo detrás de ella. Los edificios a vuestro alrededor eran pobres, y muchos tenían las paredes sucias y las ventanas arrancadas, pero ninguno se acercaba ni remotamente al estado de deterioro de la casa que veías a lo lejos.
-Bien, el tótem está detrás de la casa abandonada -dijo la voz a través del teléfono-. Por desgracia... hay unos bichos defendiéndolo. Una especie de... No sé, imagina lagartos del tamaño de ponis con pinzas y antenas de hormiga. Son muy difíciles de convocar, quien sea que hiciera esto sabía mucho sobre nuestros rituales. También son más fuertes que yo, o habría destruido el totem por mi cuenta.. La cuestión es que no sé cuántos hay y te atacarán en cuanto te acerques a menos de veinte metros de la casa... es decir, en cuanto cruces la alambrada, según mis cálculos. Y ten en cuenta que estos no son sueños, están vivitos y coleando. Hasta nunca, señor alumno del Shibusen -se despidió con voz burlona y te colgó.
-¿He oído bien? -preguntó Rada-. ¿Ha dicho... lagartos con pinzas? Espero que haya algún modo de resolver esto sin tener que luchar cuerpo a cuerpo...
EL FANTASMA DE LA ÓPERA
-No, ya he tenido suficiente de este concierto -sonrió Valeria-. ¿Estás bien? Vamos a curarte esa nariz, ¿vale?
Unos veinte minutos después, estabais en el hotel. Os habíais bañado y Valeria estaba desinfectándote la herida frente al espejo del baño, cuando de repente vuestro reflejo cambió y fue sustituida por una imagen de la Death Room.
Valeria le miró sobresaltada y se ocultó detrás de ti, dado que iba ligera de ropa.
-¿Por qué siempre me pasa lo mismo cuando trato de contactar con las alumnas de esta manera? -preguntó Kid, sentado en su despacho, dándose una palmada en la cara-. En fin, al menos la Locura de las Tetas no puede afectarme en vuestro caso. Veamos...
El Dios de la Muerte hizo un movimiento con la mano y el cristal se llenó de un denso vaho que hacía imposible ver casi nada. Las palabras SOUND ONLY estaban escritas en el centro, como si un dedo las hubiera marcado.
-Eso está mejor -Kid sonó satisfecho-. Bien, me consta que el concierto ha terminado sin percances para la vocalista; habéis hecho bien vuestro trabajo. Sin embargo, tengo una misión urgente para vosotras, si no estáis demasiado agotadas. Red Riding Wolf nos ha contactado para informarnos de la presencia de un psicópata fugitivo en Australia... hemos rastreado su teléfono y conseguimos detectar su ubicación, pero volveremos a perderle pronto. Un Jet privado se dirige a Londres en este momento para recogeros... Tenéis que alcanzar al objetivo, que en este momento se desplaza a toda velocidad por las autopistas australianas. Teniendo en cuenta tu perfil, Rita Wilder, me parecías la más indicada entre los agentes disponibles. Así que respóndeme a dos preguntas: ¿te interesaría encargarte de esta misión de alta prioridad? Y... ¿alguna vez has saltado en paracaídas?
DEVORADORA DE ALMAS
Te lanzaste sobre la armadura más cercana, la de la izquierda, y sonó un golpe sordo y metálico cuando golpeaste la parte frontal del yelmo. Se echó hacia atrás, pero no se despegó. Viste que el cuello estaba formado por una sustancia marrón y viscosa.
-¡Más barro! -exclamó la voz de Yu-. ¡Este ser es como los de ahí abajo, pero metido en una armadura!
Aparte de abollar un poco el yelmo, no habías conseguido gran cosa. Golpeaste el estómago con la pierna, pero fue del todo inefectivo y la armadura te derribó de un manotazo como respuesta. Parecía muy fuerte. Viste dos puntos rojos brillar bajo la visera del yelmo durante un momento, pero luego se apagaron.
Había una cosa buena y otra mala que decir de tu situación. La buena era que la otra armadura no se había inmutado, permanecía en su puesto quieta como una estatua. La mala era que la armadura a la que habías atacado caminaba hacia ti, cerniéndose amenazadoramente y separando los dedos de los guanteletes, con las puntas afiladas como cabezas de lanza.