Final Fantasy VI - Novelización

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Malfuin
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Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Malfuin » 08 Feb 2011, 20:08

Esto no es más que una especie de entrenamiento de escritor, una forma de mejorar mis habilidades narrativas en el punto que más flaquean: Las descripciones. Tiendo a centrarme mucho en los diálogos y "descuidar" todo lo demás. Si me obligo a contar lo que sucede en un videojuego como si fuese un libro, dejando los diálogos tal cual, puede que mejore en lo que tengo que mejorar y me convierta en un mejor escritor.

Claro está, eso no significa que no vaya a intentar hacerlo divertido. Cuando leáis, intentad olvidar lo que recordáis sobre FFVI e imaginad lo que estáis leyendo como si fuese la narración de una novela desconocida. No voy a hacerlo todo exactamente igual, y puede que logre meter en vuestras cabezas un FFVI distinto, una historia similar a la imagen que se iba montando en mi cabeza mientras jugaba al juego por primera vez, a través de los sprites pero no exactamente con la apariencia de los sprites. Parecido y al mismo tiempo diferente.

Recordad que ninguna consola tiene mejores gráficos que vuestra imaginación.

Índice.

1. Asalto a la mina.
2. Huída de Narshe.

-- 08 Feb 2011, 20:08 --

1. Asalto a la mina.
La nieve se acumulaba sobre el risco azotado por el viento. Desde aquellas alturas, era posible vislumbrar el valle de Narshe; un nutrido grupo de casas encaramadas al desfiladero de roca grisácea. El humo subía desde las chimeneas, y también de las hendiduras en la piedra, sin duda procedentes de la maquinaria que hubiese en las minas. En las ventanas de los edificios comenzaban a encenderse luces amarillentas; los norteños sabían bien como prepararse para resistir la fría noche polar que ya comenzaba a extenderse sobre ellos.
Un pesado sonido de pasos se elevó en la noche, a medida que tres siluetas se acercaban al risco. Caminaban como criaturas bípedas, pero eran máquinas, enormes máquinas de guerra con piernas y garras. Llevaban faros en la parte frontal, y parecían envueltas en un ligero humo rojizo, que daba un siniestro toque carmesí a la nieve que había bajo ellos. Eran tres en total. Sobre las dos primeras viajaban unos soldados imperiales, de parecida altura y aspecto. Ambos llevaban armaduras marrones y cascos del mismo color que les cubrían los ojos casi por completo. La tercera figura era más llamativa. Se trataba de una joven de pelo verde, recogido en una coleta. Llevaba una diadema muy ceñida a la frente y tenía una permanente expresión ausente, como si estuviese absorta contemplando los copos de nieve.
—Ahí tenemos la ciudad —dijo Wedge, el primero de los soldados, acercando su vehículo al borde mismo del acantilado.
—Cuesta creer que mil años después de la Guerra de los Magi aparezca un esper congelado... —replicó Biggs, sin moverse del sitio. Entonces, se adelantó junto a su compañero y dijo con desdén—: ¡Bah! Esto no deja de ser otra búsqueda sin sentido...
—Quién sabe —dijo Wedge, ceñudo, con la vista clavada en la ciudad que se extendía bajo ellos—. Aunque esta tía no nos acompañaría de no ser porque están seguros de que los rumores son ciertos —añadió, señalando con el pulgar a la chica, que había permanecido inmóvil como una estatua desde que se habían detenido.
Biggs se volvió y se acercó a ella.
—Sí, claro... Nuestra pequeña bruja —dijo con voz mosqueada, como si aquello tampoco terminase de gustarle—. Dicen que fue capaz de freír a cincuenta soldados Magitec en tres minutos... ¿No te da mal rollo? —preguntó, sin poder contener una nota de miedo en su voz.
—Tranquilo, con eso que lleva en la cabeza no es más que un títere —restó importancia Wedge—. Si se lo ordenáramos, seguro que hasta dejaría de respirar.
De pronto agarró con firmeza los mandos de su Armadura Magitec y abandonó el risco con paso decidido.
—Avanzaremos por el este —señaló, dando a entender que el descanso había terminado—. ¡En marcha!
Sin añadir nada más, Biggs y la extraña chica le siguieron.
Tres figuras sombrías que se alejaban por la nieve interminable, bajo un cielo oscuro y sin estrellas.

***

La ciudad de Narshe estaba compuesta por varias casas de madera, con tejados azules, sostenidas entre altos muros de piedra. El suelo, también empedrado, se fundía con la roca del desfiladero y daba soporte a las estrechas calles atestadas de extrañas máquinas a vapor. Estufas, tuberías y ruedas doradas giraban y humeaban, haciendo un ruido similar al de las mismísimas máquinas de Vector. La nieve estaba derretida alrededor de estos artefactos, y era patente la diferencia de temperatura entre la nevada llanura y la acogedora ciudad.
Pero los asaltantes poco observaron de esto. Las tres Armaduras Magitec penetraron entre los edificios causando un gran estruendo. Se oyeron voces de alarma en la ciudad, y algunas cabezas se asomaron a través de las ventanas amarillentas. Los soldados imperiales no solían actuar con discreción; convencidos de la superioridad de su armamento, se limitaban a coger aquello que buscaban, destrozando todo lo que estuviese en el camino.
—La chica irá en cabeza —decidió Wedge—. ¡Pasad de la chusma! Recordad el motivo por el que estamos aquí. ¡Adelante!
Pasaron bajo un arco de piedra sobre el cual se erigía una casa, que conectaba ambos lados del estrecho desfiladero. Una chimenea humeaba arriba del todo; había dejado de nevar.
—¡El Imperio no pinta nada aquí! —gritó el cabecilla de un grupo de guardias que, repentinamente, salió de un callejón tras la taberna que había frente a ellos. Iban vestidos, más o menos uniformados, con una especie de abrigados turbantes blancos, y unas bufandas del mismo color cubrían sus rostros, dejando entrever tan solo sus ojos enfurecidos. Además, había lobos grises amaestrados junto a ellos, que aullaban estrepitosamente y abrían y cerraban sus fauces babeantes.
Uno de los lobos saltó directamente hacia Wedge, esquivando la inmóvil armadura de la chica. Con un bufido, accionó un botón y un chorro de luz roja brotó del foco del vehículo y abrasó al animal. El aire se llenó de un curioso olor a madera quemada, y los restos calcinados del lobo cayeron como piedras al suelo, donde se deshicieron rápidamente en ceniza.
—¿Unidades imperiales Magitec? —comprendió uno de los guardias—. ¡Ni siquiera Narshe está a salvo de ellas! —se quejó, y gritando una orden se arrojó hacia los enemigos.
No tuvo mejor suerte que el animal. Él y su grupo iban armados con picos de minero, y llevaban ruedas de vagoneta que usaban como improvisados escudos. Trataron de saltar sobre las armaduras, pero difícilmente podían evitar la potencia de fuego imperial. Un rayo amarillo y uno azulado bastaron para abatir a varios de los guardias. El cabecilla había logrado esquivar los ataques, y se encaramó a la Armadura de la silenciosa chica, que apenas pareció verle. Aprovechando su oportunidad, clavó el pico en el hombro de la aparentemente indefensa muchacha, y tiró con fuerza hacia abajo para agrandar la herida.
—Piro —dijo ella, hablando por primera vez, con voz desprovista de toda emoción. Las ropas del asaltante echaron a arder, y cayó entre gritos al suelo, soltando su pico, que simplemente quedó clavado en el brazo de la bruja. Mientras el aterrado hombre rodaba intentando apagarse, el grupo de imperiales reanudó la marcha y le aplastó bajo el peso de las Armaduras, acabando inintencionadamente con su sufrimiento.
—¿No deberíamos...? —preguntó Biggs, observando la herida de la muchacha.
—Déjala —dijo Wedge—. Es la que menos peligro corre de los tres.
Tal vez eran ciertas sus palabras, porque mientras avanzaban por la helada calle, ella extrajo el arma y la dejó a un lado sin más. No parecía sentir el dolor de la sangrante herida. Sin embargo, puso su mano sobre ella y murmuró “Cura” en el mismo tono de voz. La hemorragia se detuvo al instante y la delicada piel volvió a quedar intacta. Biggs, que observaba con los ojos como platos, rehusó comentar lo que acababa de presenciar.
Había más defensores dispuestos a proteger la ciudad, pero ninguno de ellos era rival para la fuerza combinada de las Armaduras Magitec y la misteriosa bruja. Pese a que luchaban en su propio terreno, pese a que les superaban ampliamente en número y podían rodearlos sin problemas, ni uno solo de los guerreros de Narshe sobrevivió a las escaramuzas. A medida que se acercaban al inicio del desfiladero, las casas iban estando más juntas y las paredes rocosas parecían más altas y amenazantes.
—¡Defended las minas! —gritó uno de los guardas, cuando llegaron a una serie de escalinatas de madera que conducían a las alturas. Wedge sonrió al oír aquello: se acercaban a su objetivo.
La siguiente pelea fue más dura. Un par de enormes criaturas, que parecían híbridos entre enormes osos y mamuts de largos cuernos, bajaron saltando por las colinas y embistieron contra ellos. Resistieron bien el ataque, pero las armaduras chirriaron y la plataforma de madera sobre la que se encontraban crujió de forma alarmante. Con expresión enfadada, Wedge ordenó a la joven que acelerase la marcha. Ella se limitó a empujar con fuerza una palanca y pudieron seguir adelante. Las criaturas yacían tras ellos, retorciéndose de dolor, moribundas entre las rocas.
Llegaron al fin a una hendidura en la piedra, una negra cueva más allá entre la nieve. No era la única, pues veían más aberturas sobre ellos, por encima de las pasarelas construidas con troncos. Pero sin duda, esta era la entrada principal, y la única que podrían alcanzar mientras siguiesen montados en aquellos vehículos.
—Según nuestras fuentes, se ha desenterrado un esper congelado en un pozo minero recién excavado —dijo Wedge—. Tiene que ser éste —decidió.
La cueva no estaba tan oscura como les había parecido en un principio. Había vigas sosteniendo el techo de quebradiza roca, y de ellas colgaban faroles que proyectaban una intensa luz anaranjada. Las Armaduras caminaban sobre unas vías de madera y hierro, que sin duda eran usadas por los mineros para extraer el carbón en vagonetas desde las profundidades.
No parecía haber guardias en el interior de la mina, pero no tardaron en encontrar ratas gigantes y otras alimañas, por no mencionar a los mecánicos cubiertos de grasa que salían de entre los engranajes de las máquinas y, a veces, les atacaban sin demasiado éxito con sus herramientas.
Llegaron al final de la vía y descubrieron que el camino estaba cortado. Unos soportes de madera bloqueaban la entrada a la siguiente cueva.
—Yo me encargo. ¡Apartaos! —dijo Biggs. Wedge se hizo a un lado; la misteriosa chica se había quedado atrás, junto a una vagoneta abandonada.
Biggs tomó impulso y embistió contra la reja de madera con su Armadura Magitec. Los clavos se soltaron y los listones de madera volaron por todas partes, levantando nubes de polvo al caer al suelo. Con una pequeña sonrisa de autosatisfacción, el soldado hizo un gesto y se dispusieron a reanudar la marcha. Pero un guardia de Narshe los había estado esperando al otro lado de la barrera, y aprovechó ese momento para entrar en escena.
—¡No os pensamos entregar al esper! —exclamó—. ¡Ymir! ¡A por ellos!
—¿A quién se ref...? —comenzó a preguntar Biggs, pero enseguida lo comprobaron. Era un gigantesco molusco, más grande que una de sus Armaduras. Su concha tenía la forma de una siniestra montaña, con espolones puntiagudos que se erizaban de forma protectora. La babeante cabeza que surgía del amoratado caparazón observaba fijamente a los soldados, con sus ojos azules como gemas centelleando en la oscuridad—. ¡Para el carro! —gritó Biggs, retrocediendo al toparse con el monstruo—. ¡Esta cosa es un...! ¡Seguro que le han adiestrado para defender las minas!
—¿Pero qué me estás contando? —replicó Wedge en el mismo tono—. ¿Reconoces a este bicho?
—¿Nunca has oído hablar del Rayolusco? —preguntó Biggs, con desesperación—. Este engendro absorbe electricidad...
—¡...Y la va almacenando en su concha! —terminó Wedge.
—Hagas lo que hagas, ¡ni se te ocurra atacar a la concha! —advirtió Biggs.
Pero no era tan sencillo. Ymir escupió una sustancia pegajosa sobre la Armadura Magitec de Biggs mientras hablaban. Cuando los tres imperiales atacaron simultáneamente, lanzando fulgurantes rayos carmesí, el mecanismo de la Armadura de Biggs hizo un ruido extraño. El Rayolusco recibió los ataques de Wedge y la chica antes de poder ocultarse, pero el rayo de Biggs llegó con unos segundos de retraso, alcanzando de lleno la concha.
El extraño material que formaba el refugio de Ymir absorbió el ataque como una esponja, y de las puntas que cubrían la superficie de la concha brotaron centenares de rayos, que llenaron la caverna entera, dejando negras marcas en las paredes. Los tres imperiales recibieron el ataque, y al menos los dos hombres gritaron de dolor. Para empeorar las cosas, las Armaduras Magitec comenzaron a echar humo, una señal bastante preocupante.
El pelo de la chica comenzó a ondear. Dio la sensación de que algo hubiese despertado en ella. Antes de que Biggs o Wedge pudiesen detenerla, la misteriosa bruja aferró con fuerza los mandos de su Armadura y logró hacer que saltara, interponiéndose entre Ymir y sus compeñeros.
—¡Esp...! —comenzó a decir Wedge, pero ella ya había pulsado el botón. Un brillante misil salió de la parte trasera de la Armadura Magitec y, proyectando una grácil curva por encima de la joven, fue a colarse por el agujero de la concha del Rayolusco.
La explosión hizo saltar los trozos de caparazón por toda la cueva. De Ymir no quedó sino una masa chamuscada y maloliente que, pese al tremendo daño recibido, seguía moviendo se y palpitando. Sin duda tardaría unos minutos en morir del todo.
—Bueno... Supongo que eso es todo —musitó Wedge. La chica había vuelto a retroceder y ahora estaba junto a ellos, concentrada en su mutismo—. Sigamos.
No había ni rastro del guardia que había enviado al Rayolusco contra ellos, pero la siguiente sala estaba llena de columnas y agujeros por los que fácilmente podría haberse escabullido. Y al fondo, sobre una especie de repisa natural formada por roca, había un gigantesco trozo de hielo. No podían verlo bien, pero parecía contener un ave con plumas de varios colores.
—Entonces... ¿éste es el esper congelado? —preguntó Biggs, examinándolo con detenimiento, pero a una distancia prudencial. Una luz azulada emanó del fragmento de hielo y resplandeció por toda la mina durante un segundo. Él y Wedge se miraron.
El resplandor se hizo más intenso y los hombres se vieron obligados a taparse los ojos con las manos, entre muecas de dolor. Pero la chica seguía inmóvil, observando directamente el trozo de hielo y la criatura que contenía.
—Qué mala espina me da todo esto... —masculló Wedge, cuando el intenso resplandor remitió un poco—. ¡Algo no va bien!
El brillo recorrió el fragmento de hielo. Las escamas que cubrían el cuerpo de esper, al parecer mitad ave y mitad reptil, se hicieron visibles cuando el hielo pareció volverse transparente como cristal puro.
Como movida por un súbito impulso, la joven se adelantó, subiendo al pedestal de un salto y deteniéndose a unos centímetros del hielo. La criatura congelada comenzó a brillar con luz propia, de forma inquietante, y la muchacha extendió una temblorosa mano hacia ella.
Los cuerpos de los tres imperiales resplandecieron.
—¿De... de dónde ha salido esa luz? —preguntó Wedge, mirándose las manos horrorizado—. ¡Aaaaaaaaarg!
Con un alarido, fue engullido por el torrente de luz que manaba de su propio ser y se desvaneció.
—¿Qué...? ¿Qué ha pasado...? ¿Wedge? —Biggs dio media vuelta y comenzó a buscar a su compañero, movido por la desesperación—. Wedge, ¿dónde te has metido? ¡Esto no tiene gracia!
Mientras decía esas últimas palabras, su cuerpo pareció desintegrarse en medio de un fulgor blancoazulado. Ahora sólo la misteriosa joven y la criatura congelada permanecían en la cueva. El silencio lo llenaba todo; los sonidos de la mina y de la batalla habían quedado muy atrás. La extraña luz parecía haber convertido aquella cueva en un lugar de otro mundo; a horcajadas sobre la Armadura Magitec, la chica casi rozaba el hielo con la punta de los dedos.
Hubo una explosión de luz cuando la rozó. Los pesados pies de la Armadura dejaron surcos en la roca cuando la joven fue propulsada hacia atrás y cayó del pedestal, aterrizando en el centro de la cueva. Pero ya estaba hecho. Tanto la criatura en el hielo como la joven sobre la máquina ardían con una llama azul brillante, y un hilo de relámpagos los conectaba.
Repentinamente, la Armadura Magitec explotó y la joven fue propulsada hacia arriba. Se golpeó la cabeza con el techo de la cueva y perdió la consciencia. Una vez se hubo desmayado sobre un charco de su propia sangre, la energía que animaba al esper pareció agotarse y la cueva quedó en la más absoluta oscuridad.
Un trozo de hielo que nadie podía ver y un cuerpo abandonado que a duras penas respiraba.
Última edición por Malfuin el 12 Feb 2011, 13:38, editado 3 veces en total.

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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Kaos » 09 Feb 2011, 12:30

He aprovechado un rato para leerlo, me ha recordado a las primeras cosas que escribí con una máquina de escribir o un ordenador, que también fueron novelizaciones de mis juegos favoritos (bueno, todo lo que un niño de 7 u 8 años podría novelizar sobre Super Mario Bros. y similares xD), me ha parecido muy entretenido, aunque queda ensombrecido por la pedazo frase que te has marcado al principio y que pienso que deberías llevar como firma/eslogan en algún sitio xD
Malfuin escribió:Recordad que ninguna consola tiene mejores gráficos que vuestra imaginación.
Ahora, sobre esto, curiosamente soy de los que prefiere la abundancia de diálogo y las descripciones mínimas necesarias, precisamente por lo que dice tu frase, me gusta imaginarme yo las cosas, odio que me metan por los ojos hasta el último borlón del mantén de la mesita de noche, para eso tengo los cómics o películas.

Bueno, pasemos al escrito, dices que lo haces para mejorar así que voy a ver lo mejorable desde mi humilde punto de vista de lector:
Malfuin escribió:Un pesado sonido de pesados pasos se elevó en la noche
No sé si lo has hecho a conciencia para darle énfasis pero a mí me suena muy feo xD

Las personalidades de Biggs y Wedge no me han quedado claras, en el risco dicen como "la tía esta" o "no te da mal rollo", que les da un aire barriobajero y de poco profesional. Pero después se les ve muy profesionales y dicen palabras como "engendro" que no me cuadran con cuando hablan como un kinkorro.

Y describir al rayolusco como un gigantesco caracol no me parece acertado porque no me lo puedo tomar en serio xD Yo pondría un gigantesco molusco o que parecía un gigantesco caracol al menos.

En cuanto a la ortografía has escrito Vector en minúscula, está esto:
Malfuin escribió:esquivando las inmóvil armadura de la chica.
y que siempre escribes Magitec y al final escribes Magitek.

Y como no todo tienen que ser críticas te digo que me ha encantado la forma en la que has integrado los encuentros aleatorios como lo de las ratas y los mecánicos en la narración xD

A ver si lo sigues, las escenas con Kefka tienen que ser la repanocha así.

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Malfuin
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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Malfuin » 09 Feb 2011, 16:56

Kaos escribió:He aprovechado un rato para leerlo, me ha recordado a las primeras cosas que escribí con una máquina de escribir o un ordenador, que también fueron novelizaciones de mis juegos favoritos (bueno, todo lo que un niño de 7 u 8 años podría novelizar sobre Super Mario Bros. y similares xD)
Pues precisamente me cuesta bastante imaginarme los escenarios de Super Mario en novela o en cualquier cosa que no sea videojuego, ¿se supone que va por un camino de piedra lleno de tuberías? Habría que verlo... xD
Kaos escribió:me ha parecido muy entretenido, aunque queda ensombrecido por la pedazo frase que te has marcado al principio y que pienso que deberías llevar como firma/eslogan en algún sitio xD
Gracias :mrgreen: Lo de la frase ya lo tendré en cuenta si me hago alguna firma o algo para el foro :P
Kaos escribió:Ahora, sobre esto, curiosamente soy de los que prefiere la abundancia de diálogo y las descripciones mínimas necesarias, precisamente por lo que dice tu frase, me gusta imaginarme yo las cosas, odio que me metan por los ojos hasta el último borlón del mantén de la mesita de noche, para eso tengo los cómics o películas.
También es verdad que una descripción larga y compleja también requiere imaginación comprenderla, aunque de otro tipo. Se parece a montar un mueble de Ikea en tu cabeza o algo así, y obtienes justo lo que hubiese en la cabeza de ese escritor, es bastante interesante a su manera. De todos modos, yo jamás podría convertirme en el tipo de escritor que hace descripciones de 10 páginas, ni aunque quisiera... Soy más de sintetizar. Esto lo hago porque creo que a veces da la sensación de que mis personajes se mueven por espacios en blanco y eso tampoco es plan :P Creo que debo mejorar eso y estoy en ello xDDD
Kaos escribió:No sé si lo has hecho a conciencia para darle énfasis pero a mí me suena muy feo xD
ES muy feo, se me ha colado el segundo "pesados". Un lapsus, ahora lo arreglo.
Kaos escribió:Las personalidades de Biggs y Wedge no me han quedado claras, en el risco dicen como "la tía esta" o "no te da mal rollo", que les da un aire barriobajero y de poco profesional. Pero después se les ve muy profesionales y dicen palabras como "engendro" que no me cuadran con cuando hablan como un kinkorro.
Ya, pero esto se lo tendrías que decir a quienes tradujeron el juego ^^U Estoy manteniendo los diálogos de la versión de GBA, sin apenas cambios. Pese a que tiene algunas cosas así raras, no la considero una mala traducción, en cualquier caso. Podemos interpretar que cuando entran en la ciudad se ponen "serios" y empiezan a hablar bien.
Kaos escribió:Y describir al rayolusco como un gigantesco caracol no me parece acertado porque no me lo puedo tomar en serio xD Yo pondría un gigantesco molusco o que parecía un gigantesco caracol al menos.
Si lo llego a hacer de un Dragon Quest... xD La verdad es que un caracol gigante no parece lo más amenazador del mundo, pero bueno. Lo retocaré un poco.
Kaos escribió:En cuanto a la ortografía has escrito Vector en minúscula, está esto:
Malfuin escribió:esquivando las inmóvil armadura de la chica.
y que siempre escribes Magitec y al final escribes Magitek.

Y como no todo tienen que ser críticas te digo que me ha encantado la forma en la que has integrado los encuentros aleatorios como lo de las ratas y los mecánicos en la narración xD

A ver si lo sigues, las escenas con Kefka tienen que ser la repanocha así.
Anotado y corrigiendo. Mil gracias por tu opinión, me has sido de ayuda y también me animas a seguir :3 (supongo que actualizaré pronto, quizá esta semana).

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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Drazham » 09 Feb 2011, 22:03

Kaos ya te ha sacado los puntos a pulir mas, pero por lo general tiene buena pinta. Uno ya esta acostumbrado a seguir fics de foros, asi que conmigo no vas a tener muchos problemas xD

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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Malfuin » 12 Feb 2011, 13:37

Bien, se agradece tener más lectores :3

-- 12 Feb 2011, 13:27 --

2. Huida de Narshe.
Cuando despertó, la joven estaba en una cama, abrigada por un par de las mantas más gruesas y cálidas que hubiera usado en su vida. Permaneció quieta durante unos segundos, preguntándose vagamente quién la habría arropado. No veía a su alrededor, puesto que incluso su cabeza estaba cubierta por el abrigado tejido. Pensó en lo agradable que resultaría permanecer así para siempre, yaciendo calentita y confortablemente.
Pero no lo hizo. En parte debido a que oía una respiración cerca de ella. Supo que no estaba sola, y se dio cuenta de que no sabía dónde estaba, ni quién había junto a la cama.
La habitación estaba formada, básicamente, por paredes de piedra y madera. No había gran cosa en ella, a excepción de la cama, una silla, y una aburrida alfombra marrón junto a una de las dos puertas. El hombre que ocupaba la silla era viejo, pero su expresión parecía amable. Iba vestido con un abrigado manto azul que le dejaba libres los brazos, y unos pantalones de lana blanca se metían en sus botas altas y gruesas.
—¿Dónde estoy? —preguntó la chica, incorporándose. Su visión se nubló durante unos segundos y volvió a caer de espaldas sobre la mullida almohada.
—Vaya, vaya... ¡Si acabo de quitarle la corona! —el desconocido parecía sorprendido, pero también complacido.
—La cabeza... Me duele mucho... —musitó ella. Era verdad; tras haber pronunciado la pregunta, todo se había vuelto lacerantemente brillante y los sonidos le parecían agudos e insoportables. Un taladrante dolor estremecía su cráneo de sien a sien. Volvió a cubrirse con la manta.
—¡Calma! —exclamó el desconocido—. Esto de aquí es una corona de titiritero. Te estaban controlando con ella.
No sabía de qué hablaba el hombre, pero apartó tímidamente la manta y echó una ojeada por curiosidad. Lo que el viejo sostenía era una especie de fina diadema plateada; tenía unas esferas de feo aspecto en los lados, y con solo verlas supo que habían estado haciendo presión sobre su cabeza hacía poco tiempo. Había engranajes moviéndose en el interior del artefacto, con un delicado y tenue sonido repiqueteante.
—Con los pensamientos subyugados, te movías a voluntad de otros —dijo el desconocido, con solemnidad.
—No recuerdo nada... —musitó ella tristemente.
—No te preocupes —la tranquilizó él—. Acabarás acordándote... Con el tiempo, claro.
La joven no respondió de inmediato. Sacudió la cabeza con tanta fuerza que el cuello le crujió y cerró los ojos hasta lograr ver unos puntitos flotando. Tras permanecer unos segundos así, miró al anciano.
—Me llamo... Terra...
—¡Impresionante! —sonrió él—. Qué manera tan rápida de recuperar la memoria. Estás más curtida que la mayoría...
Se interrumpió. Más allá de la puerta abierta de la habitación contigua, se oían feroces ladridos y aullidos. Alguien dio unos golpes secos sobre madera.
—¡Abrid la puerta! —dijo una voz—. ¡Venimos a por la piloto de la unidad Magitec!
Ante esto, el abuelo salió corriendo de la habitación y Terra quedó sola sobre la cama.
—¡Abrid ahora mismo y entregad a la chica! ¡Está al servicio del imperio!
Presintiendo que tenía que ver algo con ella, Terra saltó de la cama y persiguió al anciano a la siguiente habitación. Se detuvo frente a una inmensa chimenea crepitante que era la fuente de todo el calor del edificio. El abuelo estaba de pie, en silencio, observando la entrada con expresión preocupada.
—¿Imperio...? —preguntó Terra—. ¿Unidad Magitec...?
—¡No hay tiempo para eso! —exclamó él, abalanzándose sobre la joven y aferrándola por los hombros—. ¡Tienes que salir de aquí! Esa gentuza no atiende a razones... —estaba visiblemente agitado—. ¡Por aquí, deprisa! —añadió, cogiéndola de un brazo y arrastrándola de vuelta al dormitorio. La condujo hasta la otra puerta, la que había junto a la alfombra—. ¡Sal del pueblo cruzando las minas! —ordenó—. ¡Trataré de conseguirte algo de tiempo!
Terra, contagiada por la angustiosa preocupación del anciano, asintió temblorosa y salió al exterior.

***

Lo primero que sintió fue el penetrante frío mordiendo sus brazos desnudos. Deteniéndose, sacó la capa de la bolsa de viaje que colgaba a su espalda y se la puso. Aprovecho para comprobar qué llevaba con ella: unos cuantos frascos de misterioso contenido y un par de sacos de dormir. Arrebujándose en la capa, echo a caminar deprisa.
Había ido a parar a un estrecho hueco entre la casa del anciano y una alta e irregular pared de piedra. Esquivó la pila de cacharros de cocina y cazuelas que cubría buena parte del espacio y se agachó al sentir el estruendo que producía una máquina que horadaba la roca, una especie de engranaje suspendido varios metros por encima. Y entonces comprendió por donde debía ir.
Había un angosto puente de madera que conectaba ambas paredes del desfiladero. Estaba húmedo y resbaladizo debido a la reciente nevada, y no había nada a lo que aferrarse en él durante el primer tramo. Reuniendo todo su valor, Terra comenzó a caminar lentamente, asegurando los pies antes de dar un nuevo paso. Tan concentrada estaba en mantener el paso firme y no perder el equilibrio, que durante un segundo no se fijó en las figuras que la miraban desde abajo, en la calle principal de la ciudad.
—¡Arriba! —señaló una de ellas. Eran cuatro guardias de Narshe. Tenía la sensación de haberlos visto antes, pero no habría sabido decir donde ni cuando. Durante unos segundos, se sintió rodeada, pero los guardias se limitaron a dispersarse, buscando algún camino desde el que llegar hasta donde estaba ella. Superado el sobresalto, Terra sintió que, ahora que la habían visto, ya no podía permanecer allí por más tiempo. Se había acabado el margen para las precauciones. Echó a caminar con soltura.
Atravesó una nube de humo, con fuerte olor a carbón, que salía de una chimenea justo bajo el puente y lo envolvía en una nube negra. Por suerte, ahora podía apoyar las manos en los soportes de madera que, atados con fuertes cuerdas, mantenían unidos los lados del puente. Al fin logró llegar al otro lado; sus pies se hundieron en la profunda nieve sobre la roca.
Se encontraba en una cornisa solitaria en la pared de roca, desde la que no podía descender a la ciudad. La única forma de continuar era entrar en aquella parte de la mina: en efecto, una entrada se abría, excavada por manos expertas y bastante transitada a juzgar por su aspecto. Encogiéndose de hombros, dio un paso hacia el interior. El anciano le había dicho que debía huir por allí; no veía otra salida.
La diferencia de temperatura casi hizo que se mareara. Hacía mucho calor dentro de aquellas cuevas. Respiró profundamente para acostumbrarse al nuevo ambiente y siguió su camino. Pero no tardó en encontrar dificultades.
De los recovecos sin salida y las grietas en la roca salían unos hediondos vapores verdeazulados. Creyó ver figuras en ellos, pero le costaba seguirlas con la mirada. Trató de despejar el humo con las manos, pero le salieron dolorosos moratones al tocarlo. Asustada, echó mano instintivamente al cuchillo que llevaba colgado del cinto. Uno limpio corte fue suficiente para que una de las extrañas formas se desintegrase, pero había muchas más. Se dio cuenta de que sus movimientos se estaban volviendo más lentos y torpes, y de que sentía la cabeza embotada. Le pareció ver una figura humana vestida de verde al otro lado de la cueva, y avanzó hacia ella huyendo de los bulbosos núcleos humeantes.
El hombre no era un amigo. Le lanzó lo que llevaba en la mano; una llave inglesa golpeó a Terra en la frente. La joven cayó de espaldas, sintiendo como la sangre le corría por encima de la ceja y le resbalaba sobre la nariz y la mejilla. Trató de incorporarse, pero el golpe la había atontado del todo.
El tipo tenía una máscara de hierro, y había una única lente roja a través de la cual la observaba. Terra supo esto, al darse cuenta de que su enemigo estaba echado sobre ella y se relamía.
—¡Piro! —gritó Terra, reaccionando.
La ropa del hombre echó a arder. Trató de arrancársela con los brazos, pero para cuando logró deshacerse de ella, las quemaduras eran ya demasiado graves. Cayó al suelo y se quedó allí, observando como sus miembros se retorcían y gruñendo guturalmente.
Terra era incapaz de contemplar el horror que ella misma había provocado. Sabía que acababa de salvar su propia vida, pero tenía una horrible sensación en el estómago. Aferró su brillante cuchillo con ambas manos y, cerrando los ojos, lo descargó con fuerza sobre pecho del cuerpo quemado. Supo que el atacante estaba muerto, pero ella tampoco se sentía mucho mejor.
Se arrastró a lo largo de la cueva y ascendió trabajosamente por unas pulidas escaleras labradas en la roca. Cuando logró llegar arriba, le pareció ver una abertura a su derecha y rodó hasta allí para descansar. Le parecía un lugar seguro, ya que vería a cualquier enemigo acercarse.
¿Qué se hacía en aquellas situaciones? Sentía que estaba gravemente herida, pero no tenía ni idea de como curarse. Algo le decía que los frascos que llevaba en el equipaje podían serle de ayuda, pero no confiaba en su contenido. ¿Realmente iba a beberse una poción cuya utilidad desconocía? ¿Y si resultaba ser contraproducente?
De repente, se dio cuenta de que se estaba tapando la herida de la cabeza con una mano extendida. Aquel gesto le pareció familiar. Había algo que Terra solía hacer en estos casos. Una palabra, un sencillo sonido aleteaba por en mente. Más que recordarlo, lo atrapó y lo pronunció rápidamente, como para impedir que volviese a sumergirse en su memoria.
—¡Cura! —dijo Terra, agobiada.
Un destello blanco a escasos centímetros de su cara la forzó a cerrar los ojos. Un segundo después, sintió que el dolor había desaparecido y se sentía muchísimo mejor. Incorporándose, se limpió la sangre de la cara con la capa y continuó, esta vez con el cuchillo en la mano y expresión decidida. De ahora en adelante, se defendería de sus enemigos con más celo.
Atravesó el siguiente puente de madera siendo consciente de que había malgastado mucho tiempo. Los guardias sabían donde estaba ella, y no tardarían en encontrar un modo de llegar hasta allí. Se apresuró y corrió a través de aquellas criaturas gaseosas, lanzando tajos con decisión. Vislumbró una salida, algo que parecía ser una gran puerta de hierro, pero entonces...
—¡Ahí está! —era la voz de un guardia.
La seguían de cerca, con sus picos en las manos y miradas furiosas. Con un quejido, Terra se lanzó hacia la puerta, pero esta se abrió y más guardias la hicieron retroceder. Acabó en una esquina, rodeada por cuatro guardias que la observaban con sed de venganza. Dispuesta a vender cara su vida, la joven esgrimió el cuchillo y levantó la mano izquierda, más que preparada para volver a musitar aquella palabra que convocaba al fuego.
De repente, notó que el suelo bajo ella no era firme. Sus pies se hundieron en el suelo agrietado y miró impotente a su alrededor. Sus oponentes parecían sorprendidos, pero se apartaron, comprendiendo mejor que ella lo que estaba a punto de suceder: aquella parte de la cueva se resquebrajó, y Terra se precipitó a las oscuras profundidades.

***

Estaba tendida en otra gruta, o eso le parecía ver. Ya no le importaba. No tenía fuerzas para moverse, y todo le dolía. Se había vuelto a olvidar de la palabra que podía sanarla, o tal vez era incapaz de abrir la boca. Sí, debía ser aquello, no podía moverse en absoluto. Yacía allí, abandonada como una muñeca de trapo, e igual de inerte. Su visión se nubló del todo y se convenció de que iba a morir.
...Estaba en una habitación estrecha, llena de máquinas y tuberías. El suelo era de planchas de cobre, así como el techo. Había rejas de acero en las paredes, de las cuales surgía un aire abrasador. Y alguien se movía a su espalda, hablando con voz desagradable.
—Mi pequeña y dulce maga... ¡Mwa, jajaja! —reía, con un horrible sonido frío y agudo. Aquello le puso los pelos de punta y trató de moverse, pero descubrió que estaba atada a una silla de alto respaldo—. Con esta corona de titiritero... —El hombre apareció ante él. Iba vestido con ropas de colores llamativos y llevaba plumas adornando su cabeza. Sus labios estaban pintados con un color rojo intenso, resaltando su malévola sonrisa eterna, y sus ojos parecían desorbitados, como si todo aquello le produjese una enorme sorpresa. Pero había cierta crueldad en sus facciones, una crueldad inherente que hacía imposible sentir pena de tan lastimosa figura. El bufón levantó sus manos y le caló la corona de la que había hablado en la cabeza. Dos esferas de hierro parecieron clavarse en las sienes de Terra, y de repente sintió como si todo lo viera a través de una cortina carmesí. Sentía un cosquilleo en la frente. Sin saber bien por qué, asintió. El bufón echó a reír como un loco, con aquella característica risa suya. Solo que Terra ya era incapaz de asustarse...
...Se enfrentaba a, ¿cuántos? Dos... Tres enemigos. Diez. No importaba. Sabía como eliminarlos. Accionó las palancas pertinentes de la unidad Magitec y carbonizó a los guerreros, que murieron espantosamente. Y durante todo el tiempo, siguió oyendo la voz del bufón, Kefka, junto a ella.
—¡Uwaaa ja jaja! ¡Bien, bien! —gritaba, como poseído por un éxtasis febril. Golpeaba con los puños el respaldo de su propia Armadura Magitec—. ¡Fríelos como si fueran patatas! —exclamó, casi saliendo del asiento al señalar a sus siguientes objetivos y salpicando gotas de saliva por todas partes. No dejaba de reír...
...Se encontraba en un lugar azotado por un sucio viento, que hedía a carbón y a azufre. Veía edificios, cientos de edificios, en todas direcciones. Siempre rojos y dorados, pero ninguno parecía más alto que el que había a su espalda. Ante ella, podía distinguir la espalda de una mujer rubia, cubierta por una capa blanca. También había una unidad Magitec vacía, y discernía vagamente a Kefka y a otro hombre que le resultaba familiar. Y delante de todos ellos estaba el Emperador. No cabía duda de que era él, aunque sólo podía ver su lacio cabello blanco derramándose sobre el cuello y la espalda desde su regio gorro negro. Se adelantó para hablar a una multitud vociferante, a la que Terra no podía ver desde allí, pero que oía perfectamente.
—¡Soldados del Imperio! ¡Una nueva era nos aguarda! —gritó el Emperador Gestahl—. ¡Somos los elegidos para emplear el poder de los dioses!
Los Generales se adelantaron y quedaron tras Gestahl. Terra también se acercó, aunque quedó en un segundo plano. Sabía que alguien le había dictado las instrucciones de lo que debía hacer en aquella ocasión, pero no recordaba quién, ni tampoco cuándo. Siguió escuchando el discurso.
—Ha llegado el momento de reclamar lo que nos pertenece por derecho... ¡El control del mundo! —proclamó el emperador—. ¡Nadie nos detendrá!
Todos alzaron sus puños desafiando al cielo carmesí. Todos salvo Terra, que no se movió. Ella simplemente observó y escuchó.
—¡Viva! ¡Larga vida al Emperador Gestahl! —gritaban un centenar de voces, una y otra vez. El vocerío se hizo tan potente que todo empezó a volverse confuso y...

Oscuridad.

***

Locke penetró en la habitación con paso decidido, lo que no significó que hiciese ruido al caminar. En pocas situaciones se mostraba ruidoso aquel tipo. Lanzó una mirada de curiosidad a la cama deshecha y a la arandela de hierro con engranajes que había tirada en un rincón, pero no se detuvo. Tenía asuntos urgentes en la siguiente habitación.
El anciano observaba el fuego plácidamente, con las manos en la espalda. Locke intuyó que estaba nervioso, pese a todo. Había algo forzado en su postura que transmitía incomodidad, y una cierta ansiedad en los ojos que reflejaban las llamas. De repente, se percató de su presencia y le miró.
—¡Te ha costado! —amonestó—. Supongo que has estado entretenido robando y saqueando, ¿eh?
Locke le observó con expresión indignada, abriendo mucho los ojos y torciendo la boca. Tenía el cabello gris plateado, y una cinta de color azul oscuro le mantenía despejada la frente. También azules eran sus pantalones y su chaqueta, que mantenía desabrochada pese al frío. La holgada camiseta blanca que había debajo estaba muy arrugada.
—Yo más bien diría “buscando tesoros” —dijo, tratando de recuperar la compostura.
—¡Bah! ¡Dislates semánticos! —observó con desdén el anciano.
—¡Hay mucha diferencia entre una cosa y la otra! —insistió Locke, negando con un dedo desaprobadoramente—. De todos modos, ¿hay algo que se te ofrezca?
—Y que lo digas —asintió el anciano—. He visto a la chica.
Locke se acercó rápidamente a él y lo observó con una seriedad inusitada.
—¿No te referirás a...? —inquirió, bajando mucho la voz.
El viejo asintió.
—Los guardias de la ciudad van tras ella en este preciso instante. Esta ciudad tiene suficiente potencia como para plantarle cara al Imperio... pero la gente va tanto a su bola que pocos se unen a los Replicantes —se lamentó—. Traté de explicar por todos los medios que el Imperio controlaba a la chica, pero como quien oye llover...
—Está bien —Locke paseó en círculos por la habitación—. Entonces, ¿quieres que la saque de Narshe?
—Ésa es la idea —dijo el anciano—. De momento podríais intentar abriros paso hasta Fígaro...

***

Locke descendió por la cuerda grácilmente, y aterrizó junto a la muchacha inconsciente. Gemía y parecía debatirse en pesadillas.
Al otro lado de la cueva, más allá de las múltiples columnas y afloramientos rocosos, los guardias de Narshe comenzaban a acercarse, registrando cada rincón. Debían saber que ella había caído en esa misma zona. Repentinamente, uno de los guardias la vio.
—¡Ya es nuestra! —exclamó, señalándola. En cuestión de segundos, los demás habían formado filas tras él.
—Fantástico... —suspiró Locke—. Son ciento y la madre...
—Kupó... —un extraño sonido a su espalda le hizo volverse. Había creído reconocerlo, pero no podía ser... ¿al fin un poco de suerte?
Así era. Los moguris brotaron de la entrada al fondo de la cueva. Unos cuantos rodearon a Terra y la examinaron, tocándola con sus patitas, mientras que otros se acercaron a Locke y señalaron alternativamente a los enemigos y a sí mismos.
—Moguris... —susurró Locke—. ¿Nos queréis ayudar?
Pese a su corta estatura y su apariencia animal, habría sido un error considerar simples bestias a los moguris, y Locke lo sabía. Eran capaces de fabricar y utilizar herramientas, aunque carecían de un lenguaje que los humanos pudiesen comprender, más allá de sus kupós. Los pompones que decoraban sus cabezas y las alitas que había a su espalda podían ser meramente decorativos, pero él no lo habría jurado.
—¡¡Kupó!! —asintieron los moguris ante la pregunta de Locke.
Con una sonrisa complacida, el cazatesoros hizo unas cuantas señales y se lanzó directamente hacia sus enemigos. Tal como había esperado, los guardias le vieron y cargaron contra él. Pero no contaban con los refuerzos. Los moguris aparecieron por pasadizos laterales y los atravesaron con lanzas y espadas. Había cierto toque espeluznante en aquellos adorables seres que acababan con vidas humanas con tanta facilidad, pero no podía negarse el valor y bravura de los moguris. Y todo era por una buena causa.
La situación empeoró cuando los enemigos soltaron a sus propias criaturas. Lobos plateados y megadoloths, aquella especie de mezcla entre mamuth y osos, olfatearon a los moguris y les atacaron directamente. Un búmeran afilado voló entre las columnas y se clavó profundamente en el cráneo de un lobo, pero a su vez un moguri murió atravesado por la espalda por un colmillo largo y terrible. Apretando los puños con rabia, Locke se lanzó a través del torrente de enemigos, dispuesto a acabar con la escaramuza. Si lograba derrotar al capitán, tal vez se retirarían. Tal vez...
El líder de los guardias estaba protegido tras dos lobos domados. Sus ropajes, azules en lugar de blancos, aparecían cubiertos por manchas de sangre, y tenía la cara totalmente cubierta, a excepción de una rendija por la que destellaban los ojos, anaranjados al fulgor de las lámparas.
Los moguris se ocuparon de matar a los lobos y Locke pasó entre ellos. Estuvo cerca de lograr clavar su arma entre los omóplatos del líder, pero éste inició su propio ataque e hizo un profundo rasguño en el brazo de Locke, que acabó desviándolo para no sufrir un daño más serio. Mientras tanto, los moguris supervivientes se estaban concentrando a su alrededor. Uno asestó un golpe de lanza, que el humano esquivó, pero otro logró envolver sus pies con la cadena de un mangual. El guardia tropezó, y Locke aprovechó para saltar sobre su espalda y hundirle la punta del cuchillo en la nuca. Habían ganado.

***

—¡Gracias, moguris! —exclamó Locke—. ¡Estamos en deuda con vosotros!
Había vuelto junto a la joven inconsciente, y estaba arrodillado junto a ella. Los moguris desaparecían por el agujero del que habían salido, y el sonido de sus kupós iba debilitándose. Tomando una repentina decisión, Locke cargó a la joven y comenzó a avanzar por las profundidades de las minas, llevándola a cuestas. Conocía cada palmo de aquellas cuevas, y sabía que no podía permitir que los enemigos volviesen a alcanzarles. Una segunda escaramuza podía no resultar tan afortunada como la primera.
Tras un rato de marcha, Locke depositó a la chica en el suelo con cuidado para poder dedicarse a buscar la palanca oculta que les abriría la cueva. No tardó en localizarla, y colocó la mano firmemente sobre ella.
—Este interruptor debería... —dijo en voz baja, accionándolo. Se produjo un chirrido, y la puerta disimulada en la pared de roca comenzó a moverse con gran estruendo. Era como si una parte de la pared se alzase, dejándole abierto un camino hacia el aire libre y la nieve del alba. Cuando regresó junto a la joven, la descubrió sentada en el suelo, con las piernas extendidas a los lados y las manos en las rodillas. Parecía desorientada—. ¿Eh? ¿Ya te has despertado?
Habría preferido dejar las presentaciones y explicaciones para cuando hubiesen abandonado definitivamente la peligrosa cueva, pero ya no tenía remedio. Ella no tenía la culpa de haberse despertado en aquel momento.
—¿Me... has salvado? —preguntó la joven, poniéndose en pie, aunque sus piernas temblaron un poco al principio.
—¡Si quieres dar las gracias a alguien, dáselas a los moguris! —exclamó Locke con sinceridad.
—Ay... No recuerdo nada... Es como si mi mente vagase en la niebla...
Un espasmo de dolor cruzó la cara de Locke, pero Terra no lo advirtió.
—¿Tienes amnesia? —preguntó él, muy serio.
La chica asintió.
—Un hombre me dijo que... acabaría por recordarlo todo... —explicó vagamente.
—Así que estaba en lo cierto —confirmó Locke, sin dejar de mirarla—. ¡Tranquila! ¡No me separaré de ti hasta entonces!
Terra le devolvió la mirada, desconcertada.
—¡No puedo dejarte sola si has perdido la memoria! —insistió él, extendiendo los brazos—. ¡Estoy aquí para protegerte! ¡Confía en mí!
La joven se limitó a parpadear, como si no comprendiese nada de lo que Locke decía. Suspirando, él tomo su mano y la arrastró al exterior. La pesada pared cayó tras ellos, regresando a su posición original para hacer desistir a los posibles perseguidores.

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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por LightHelco » 24 Feb 2011, 16:49

Que pena que mi DS este en el exilio (No es broma, esta en casa de un amigo que vive en Francia) que si no ya estaria jugandolo. Hay una cosa que no ha dicho Kaos y que me ha parecido rara. Al principio has dicho que habia tres siluetas y tras la descripcion de las maquinas has escrito: Eran tres en total! No se si se puede considerar fallo, pero me ha parecido un dato repetido.


Otra cosa, serias capaz de hacer una narracion cortita de esta imagen? Al ser algo sin movimiento he pensado que se te haria diferente. Por ponerte un reto nada mas, el curro maximo es de un amigo.
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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Alvarol23 » 25 Feb 2011, 12:22

LightHelco escribió:Que pena que mi DS este en el exilio (No es broma, esta en casa de un amigo que vive en Francia) que si no ya estaria jugandolo. Hay una cosa que no ha dicho Kaos y que me ha parecido rara. Al principio has dicho que habia tres siluetas y tras la descripcion de las maquinas has escrito: Eran tres en total! No se si se puede considerar fallo, pero me ha parecido un dato repetido.


Otra cosa, serias capaz de hacer una narracion cortita de esta imagen? Al ser algo sin movimiento he pensado que se te haria diferente. Por ponerte un reto nada mas, el curro maximo es de un amigo.
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Re: Final Fantasy VI - Novelización

Mensaje por Kaos » 25 Feb 2011, 13:04

Cuando mencionaste el par de sacos de dormir me preguntó como harías para darle una explicación a que se "gasten" al usarlos una noche xD

Veamos, sugerencias...

Las escenas en las que no ocurre gran cosa que haga avanzar la historia, como la caminata de Terra desde que sale de la casa hasta que cae por el agujero de la mina quizás deberías abreviarlas más, a mí se me hace un poco pesado.
Y creo que hubiera sido mejor no desvelar el nombre de Kefka hasta la escena de Figaro, queda muy raro que salga ahí de buenas a primeras.

Me ha gustado la transición de la pérdida de consciencia de Terra al flashback y de vuelta a la realidad.

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